Méndez Reissig, Ernestina
Lágrimas
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190?
ERNESTINA MÉNDEZ REISSIG
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"^i^l ^ 2.' EDICIÓN ^
TOIMAVeRA DEL 1900
Dornalcche y Reyes, editores. — Montevideo
LAGRIMAS
Ernestina Méndez Reissio
LÁGRIMAS
PRECEDIDO DE ÜN PRÓLOGO
DEL DR. TEt5FIL0 E. DÍAZ (TAX)
UN
JUICIO DE LA ESCRITORA PERUANA
seííora clorinda matto de TÜRNER
Y ALGUNAS OPINIONES
DE DISTINGUIDOS ESCRITORES Y POETAS
SEGUNDA EDICIÓN
MONTEVIDEO
DORNALECHE Y REYES, editores
Calle 18 de Julio, núms. 77 y 79
1903
En esta segmida cdicimí, fiel retrato
de mi primera plana literaria (si se
me permite llamarla así), despojada
de toda jactancia y cono recuerdo in-
apreciable á mis primicias, he creído
justo intercalar algunas opiniones con
que fueron favorecidas estas páginas ;
y digo algunas, porque no son mis de-
seos dar al benévolo lector un folleto de
juicios ; raxón por la cual nut abstengo
de presentar afjiwllos de mucha exten-
sión, — circunstancia esta que bien puede
calificarse de fverxa mayor y que en
nada contribuirá para que no aprecie
en su justo valor los sanos consejos de
tan distinguidos intelectuales. — A ludos
ellos mi reconocimiento por sus finos
cuan delico,dos conceptos; á todos ellos
mi gratitud por sus sinceras palabras
de aliento.
En esta misma edición, que lie am-
pliado, bien pude corregir los defectos
de que adolecen algunas de sus covifo-
siciones, dándoles el vigor que muchas
de ellas reclanum ; pero hubiera sido
destruir despiadadamente unas primi-
cias tan queridas: fuera arrepentirse
de haberlas dado á la publicidad, y esto
no ha surgido ni surgirá janws de la
mente de
LA AUTORA.
A LA MEMORIA
DE MI QUERIDA HERMANA ESPERANZA
Y
PARA MIS PADRES
¡El i'mico consuelo qve le queda
Á mi abna desolada,
Es dejar en tu tumba, hermana mía,
Flores, besos y lágrimas!
ERNESTINA.
ESTO ES UN PROLOGO DE TAX
Un prólogo es una presentación, según mi
criterio; y desde luego, la presentación de la
poeti.sa Ernestina Méndez Reissig á Monte-
video, principalmente, y á todas las ciudades
donde acuda este libro de poesías líricas, será
contestada: «Ya tenemos el honor de cono-
cerla. »
Si el prólogo no es una mera presentación,
sino un juicio crítico, según la opinión de otros,
ese juicio tendría que ser tan i m parcial como
la contestación obligada á una dulce, inocente
y entusiasmada madre presentando su primer
hijo á un buen amigo:
— Adorable!. . . precioso!. . . divino!. . .
El prólogo, según mi opinión, puede ser tam-
bién un auto-bombo de quien acepta formu-
larlo sin tener talla, preparación, anteceden-
tes, tradición poética, estro ni astro.
Debo explicar por qué digo estro ni astro.
Estro, porque jamás he formulado una cuar-
teta, ni quintilla, ni rima alguna digna de pu-
blicarse.
X PRÓLOGO
«De todo es capaz, Tax, menos de hacer un
verso.» Este dicho de un literato nuestro, es una
crítica exacta de mi inutilidad para la poesía.
Astro, digo, porque, á semejanza de la senti-
mental autora de este libro, he podido repetir
una de sus «Quejas del corazón»:
Con afán miro el cielo, y ni una estrella
Brillante, pura y bella,
Hallo, que Tenga á iluminar mi sien ;
Todas brindan sus rayos á otros seres,
Que, en medio de placeres,
Su Tida han convertido en un edén.
No puedo ahora mantener mi queja, si bien
pude persistir en ella durante largo tiempo,
ante el honor que me dispensa Ernestina Mén-
dez Reissig, estrella en el cielo de la poesía,
pidiéndome que presida su primer libro, que
juzgo como un haz luminoso de espigas de su
amistad, su dulzura, su compasión, su amor,
su melancolía.
Aunque la poesía lírica, según los maestros,
no es exclusivamente subjetiva, sino predomi-
nante subjetiva, puede notarse en las composi-
ciones de Ernestina jléndez Reissig un estado
de alma permanente, igual, triste y dulce, que
absorbe la expresión de sus cantos, no dedi-
cándose á la imagen de la realidad externa.
De las poesías líricas de Ernestina podría
decirse que son exclusivamente subjetivas; y
sería inútil pretender que su meditación se des-
prenda de su intimidad, para expresar imáge-
PRÓLOGO XI
nes del mundo exterior, poseída actualmente
de un inesperado dolor, producido por la pre-
matura muerte de una hermana muy joven,
bella y buena.
Este suceso impedirá, sin duda, que la poetisa
Ernestina pueda en breve tiempo extender su
frase y su rima en temas líricos objetivos, des-
prendiéndose de la nota tristísima que caracte-
riza todas sus composiciones.
Es cierto que, así como las princesas tienen
flores ó perfumes predilectos, las poetisas po-
drían decir que cantan su sentimiento predi-
lecto, y en este caso me vería obligado á no
pretender que esta estrella del cielo de la poe-
sía, ofreciera á las letras, con su inspiración,
algo que fuera menos melancólico y más real
en la vida del mundo.
Se me ocurre ambicionar notas menos ínti-
mas, después de leer una composición á una
amiga muerta :
« Al compás de la brisa perfumada,
El pino y el ciprés
Del viejo cementerio se mecían
Con suave languidez.
Destacaba en el cielo azul y limpio
La ne^a y alta cruz
De la torre, do débil se posaba
Del sol la última luz. »
Esta descripción tan sencilla, tan espontá-
nea, á la que la poetisa no dará gran mérito,
es una manifestación poética descriptiva que
XU PRÓLOGO
ilumina el rico horizonte hacia el cual marcha
su talento.
Entre tanto, si auguro notas poéticas de un
interés más realista, no excluyo de íntimo mé-
rito á las composiciones que forman este libro,
las cuales están llamadas á ser saboreadas,
releídas y admiradas por todos aquellos que
no sufren ó que todavía no han sufrido.
Se experimenta una rara sensación domi-
nante en plena felicidad, al leer la desgracia
ajena, aunque se sienta conmiseración por
los doloridos y se hagan muecas de disgusto.
Esto no quiere decir que los que sufren re-
chacen la lectura de lo sentimental doloroso.
Los que sufren, aunque no les sea agrada-
ble recibir impresiones dolorosas por padeci-
mientos semejantes ó aproximados, suelen en-
contrar alivio á sus lágrimas con la lectura de
lo que es melancólico, ó triste, ó sentimental
desesperante, artísticamente expresado.
Y, finalmente, el estilo correcto, la rima exac-
ta, la inspiración del fondo y la delicadeza de
la forma harán agradable para toda categoría,
ya la de los felices, ya la de los desgraciados,
la lectura de este delicado libro.
Creo que debo insistir en el mérito caracte-
rístico de las poesías de Ernestina, consistente
en el matiz de desconsuelo, tristeza, escepti-
cismo dentro de la fe misma; matiz que, persis-
tente y marcadísimo, hará conocer á la auto-
ra, por la sola lectura, envuelta en su tul negro,
como un estilo, á semejanza del célebre Tur-
PRÓLOGO XIII
ner de Londres, que pintó todos sus paisajes
á través de transparente neblina.
A este libro, Ernestina Méndez Reissig ha
querido agregar algunas composiciones en pro-
sa, respecto de las cuales no puedo abrir un
juicio sino favorabilídimo, encontrando en ellas
originalidad y fuerza de lógica, como dos po-
tencias que, creciendo con vigor, preparan una
sólida reputación á Ernestina Méndez Reissig
como publicista en prosa.
Teófilo E. Díaz.
TARJETA POSTAL
Hace tiempo que venía gustando el aroma
de florecillas literarias tímidamente esparcidas
en tal ó cual revista por la delicada mano de
una, casi nina, poetisa uruguaya; mas, un buen
día, día de sol alegre y primaveral, de aquellos
ya raros en la presente estación, llegó á mis
manos todo un ramillete de flores en forma de
libro, y, por el contraste que el rocío establece
al caer sobre el pétalo de la rosa, este libro se
titula LÁGRIMAS. Su autora es la señorita Er-
nestina Méndez Reissig, cuyo nombre corre,
loado, entre la falange de poetas y prosadores
americanos.
Cuando aparece un nuevo luminar en la es-
fera celeste, todos los telescopios suelen dirigir
su visual hacia el nuevo astro, para distinguirlo
de las estrellas errantes y de los cometas de
vida fugaz. Así, también, entre nosotros, aque-
jados por la plétora de versificadores, cuando
se destaca en el monte sacro una personalidad
ungida por las Musas, todos los que lo fueron
se sienten atraídos por los arpegios de la nueva
XVI TARJETA POSTAL
lira pulsada con el corazón. Digo esto, porque
la poesía la comprendo como sentimiento, así
en lo épico, en lo guerrero en lo pastoril. Quien
percibe las hazañas de los héroes y siente pal-
pitar las arterias de los grandes pueblos; el que
llora un bien ausente ó perdido y se estremece
con la ternura de su madre ó de su amada; el
que da alma á la fantasía, color á la frase y
música al conjunto, ése sí será poeta, aunque
ignore el número de sílabas, las acentuaciones
y licencias que disciplinariamente exigen los
de la categoría de aquel que dijo:
< Allí vienen las apszancas
Tras de las hormigas blancas. »
A quien contestó el verdadero poeta :
e ; Fuerza del consonante, á lo que obligas :
A decir que son blancas las hormigas ! »
Ernestina ^léndez Reissig ha nacido poetisa,
con toda la exuberancia de inspiración que la
flora uruguaya imprime en los espíritus deli-
cados. LÁGRIMAS, es la primera entrega que
hace en conjunto, del cofre de esa rica pedrería
que va engastando en filigrana, cada vez con
mayor perfección, como notará el lector al com-
parar unos cincelados con otros, por orden de
creación.
Este reparo vengo haciendo por mi parte, y
más de cerca, desde que recibí los primeros
TARJETA POSTAL XVII
originales de la señorita Méndez Reissig para
mi revista Búcaro Americaivi), floreeWa por la
colaboración de la gentil poetisa.
Composiciones tiene Ernestina, como la ti-
tulada Deí<eo, que en todo corresponden á la
factura de poetisas renombradas en la cuna de
la Poesía castellana; entre otras, Mercedes Ve-
lilla de Rodríguez y Blanca de los Ríos.
Reforzaré mi juicio con la transcripción de
alguna estrofa tomada al acaso.
Dice Ernestina:
/ Quién pudiera olvidar sus penas todas,
De nuevo abrir el alma á la ilusión .'. . .
/ Ay .' ¡ es crimen quitarse la existencia,
Y no es crimen herir un coraxón !
Blanca de los Ríos dice así:
Siendo el amor la fuente de la vida,
¿ ICo será un crimen extinguir la fuente ?
Si el que asesina á un hijo es fdicida,
El que mata un amar ¿no es delincuente ?
Y la señora Velilla de Rodríguez :
Dicen que la vida es sueño
Y todos qiiieren soñar:
¡Sueño yo cosas tan tristes,
Qjte quisiera despertar.'...
Podría engalanar estas páginas transcribien-
do otras estrofas de las delicadísimas que con-
tiene LÁGRIMAS ; pero no me propongo hacer un
XVIII TARJETA POSTAL
análisis detallado, ni quiero defraudar el tiempo
al lector en las dulces emociones que, para re-
galar su sensibilidad, guarda en sus hojas el
libro que entre manos tiene.
En esta mi tarjeta vayan, sí, para la joven
poetisa, mis aplausos sinceros, que de aliento
no ha de menester quien ama el arte por el
arte mismo y cuenta con todos los entusiasmos
literarios propios de su edad y de su cultura.
Clorlnda Matto de Türner.
( Peraana. )
Buenos Aires, Septiembre de 1900,
OPINIONES
Madrid, 4 de Enero de 1901.
Recibidos y leídos con mucho gusto sus pre-
ciosos versos, le agradece su envío,
Emilia Pardo Bazán.
Señorita Ernestina Méndez Reissig.
Presente.
Mi distinguida señorita:
MU gracias por su carta y por la dedicatoria
de su artículo, que estimo en lo que vale.
Desde luego puedo augurarle que si comienza
poniendo sobre el papel la pluma como ahora
la pone, perseverando y estudiando mucho, en
modelos que faciliten la soltura, será usted es-
critora.
Para escribir en castellano, procure usted
modelos castellanos, de prosa cuanto más sen-
cilla y castiza mejor; modelos que le formen
el estilo sin amaneramientos, al propio tiempo
que recreen y deleiten su inteligencia, que
promete tanto.
XX OPINIONES
Si usted ha de hacer prosa y prosa buena,
abandone los versos hasta dentro de algunos
años, en que por fijeza y solidez de su criterio
literario, no pueda extraviarse el sentimiento
inclinándose á la literatura enfermiza ; ensan-
che usted el horizonte con energías de la volun-
tad, y será usted novelista, que otras lo somos
quizás sin tanta materia prima para ello.
Dios dé á usted una vida de gloria y de fe-
licidad, para que pueda, á su vez, darla á su pa-
tria: es lo que desea su afma. S. S. y amiga»
Eva Canel.
Buenos Aires, Diciembre de 1900.
Bartolomé Mitre saluda atentamente á la
señorita Ernestina Méndez Reissig, y agradece
su amable tarjeta, enviándole el primer ejem-
plar de sus primicias literarias, que revelan un
alma sensible, un gusto delicado y una inspi-
ración poética melancólica, deseando que su
enlutada musa se corone con las flores que
embalsaman la vida, embellecen la juventud
y son el emblema de Ja felicidad.
Buenos Aires, Diciembre de 1900.
Carlos Guido y Spano ofrece rendidos ho-
menajes á la señorita Ernestina Méndez Reis-
sig, y contestando á su amable tarjeta, obse-
quiándole las primicias literarias con el título
de LÁGRIMAS, de que es autora, ornadas con
OPINIONES XXI
SU semblanza artística, más bella aún que sus
poesías, le agradece tan valioso presente.
En el libro aludido, suspirante como una lira
al roce de auras primaverales, figuran las «Es-
trofas» dedicadas á su nombre: recuerdo in-
estimable de una alma pura y candorosa. Re-
ciba la melancólica poetisa de Oriente el tri-
buto de admiración debido al primer fruto
de su estro juvenil.
A' illustre poetisasenhorita Ernestina Mén-
dez ReissigcomprimentarespeitosamenteQuin-
tino Bocayuva, e penhorado pela sua gentileza,
agradece -1 he a obsequiosa offerta do seu bello
ramalhete poético sob o titulo Lágrimas.
Con os mais sinceros votos pela sua felici-
dade e pela conquista de novos loiros na sua
carreira litteraria, envia-le affectuosas sauda-
9oes.
Rio Janeiro, 25 Dezembro d« 190Ü.
Buenos Aires, 30 de Enero de 1901.
Señorita Ernestina ^léndez Reissig.
Distinguida señorita:
He tenido el gusto de recibir el ejemplar de
su primoroso tomito de versos: Lágrimas, que
con honrosa dedicatoria autógrafa me ha en-
viado usted.
Muy obligado quedo á tan fina atención.
He leído sus bellas poesías, y ellas me han
confirmado en la favorable opinión que tenía
xxn oPEsrioNES
de su distinguida autora. Siente usted hondo
y sabe expresar sus pensamientos en una forma
correcta é irreprochable. La felicito muy sin-
ceramente.
Me ofrezco de usted con mi consideración
más alta, su atento S. S.
Casimiro Prieto Valdés.
José Enrique Rodó saluda con su más dis-
tinguida consideración á la señorita Ernestina
Méndez Reissig, y al agradecerle profunda-
mente el honroso envío de su interesante y
hermosa colección de producciones literarias,
tan llenas de delicadeza en la forma como de
intimidad en el sentimiento, tiene el honor de
manifestarle su admiración.
S/c, 29 de Diciembre de 1900.
México, 16 de Junio de 1901.
Señorita Ernestina Méndez Reissig.
Montevideo.
Muy apreciable señorita:
Altamente agradecido estoy por la distin-
ción que se ha servido usted dispensarme en-
viándome su libro Lágrimas, hermosísima co-
lección de pensamientos llenos de ternura y
delicadeza, nacidos de un corazón que siente y
de una alma que adora.
Horas enteras he pasado recorriendo sus
brillantds páginas, desde la primera á la última.
OPINIONES xxni
en muchas ocasiones, y esta tarea bastante
grata continuará, porque Lágrimas es una
fuente de aguas cristalinas que mitiga la sed
de mi alma, siempre sedienta de dulces inspi-
raciones, de bellos ideales y de risueñas espe-
ranzas.
Que su mente soñadora, que su alma de
poeta y que su amante corazón la conduzcan
al templo de la inmortalidad, para gloria de su
patria y de las bellas letras. Estos son los ve-
hementes deseos del que tiene á honra enviarle
su más sincera felicitación y ofrecerse á sus
órdenes como su afmo. y atto. S.
Lie. Carlos de Gante.
La Paz, Enero 26 de 1901.
Señorita Ernestina Méndez lieissig.
Síontevideo.
Muy distinguida señorita:
A mi regreso de Antofagasta, he sido gra-
tamente sorprendido con la lectura de su pre-
cioso tomo de poesías, que ha titulado usted
LÁGRIMAS.
Es un delicado búcaro de fragantes siempre-
vivas, impregnado de un delicioso perfume:
el sentimiento!
Vayan, para la joven artista que cultiva tan
bellas flores, el sincero aplauso y la admira-
ción de su afectísimo y seguro servidor.
Eduardo Diez de Medina.
XXIV OPINIONES
Asunción del Paraguay, Enero 5 de 1901.
Señorita Ernestina Méndez Reissig.
Montevideo.
Distinguida señorita:
He tenido el placer de recibir el precioso
obsequio que ha tenido la fina amabilidad de
hacerme, de un ejemplar que contiene sus pri-
micias literarias, que usted titula Lágrimas.
Su lectura me ha proporcionado ratos muy
agradables. No soy poeta: me falta música é
inspiración para manejar dignamente el di-
vino lenguaje de las Musas; pero esa circuns-
tancia no me priva de poder apreciar el mé-
rito de una composición poética, ó de sentir
la dulce influencia que ella ejerce sobre el co-
razón. En efecto, ¿quién es el que no ha su-
frido en este mundo? y ¿quién es aquel que
alguna vez no haya tenido que soportar el
dolor de ver trocar el bien que acariciaba y
que constituía su consuelo, su amor, su felici-
dad, en amarguras y penas, volando por los
aires, como arrebatadas por un vendaval, las
bellas flores de sus ilusiones y de sus espe-
ranzas?
Pues bien: ése no podrá menos de simpati-
zar con sus composiciones poéticas, las cuales,
por su forma artística reúnen, á mi humilde
juicio, una de las primeras condiciones que
hace duradera una obra é inmortaliza al poeta,
cual es el estilo, que es como el esmalte que
hace resaltar la belleza del pensamiento.
OPINIONES XXV
Usted, señorita, al expresar sus sentimien-
tos con sencillas y adecuadas expresiones, ha
tomado por modelo la naturaleza y por guía
la verdad; en una palabra, usted escribe con
el corazón y el alma; aquél nunca engaña y
ésta está pronta á recibir la impresión de lo
verdadero, sea ello melancólico ó placentero,
triste ó alegre. Las penas ó los sentimientos,
con sus crueles torturas la atormentan ; pero
como medio de desahogo, las acepta, las acari-
cia y á veces hasta las apetece usted, con la ex-
presión de sus sentimientos, sin ir más allá de
los justos límites que permiten las reglas del
arte; ha descubierto, por decirlo así, el secreto
de la fama de que goza hasta el día la lira de
Homero, que triunfando de los estragos del
tiempo, marcha siempre á la cabeza de los ge-
nios que han llamado más la atención del
mundo, debido sólo á que Homero es el pintor
más fiel de la verdad y su estilo poético es com-
parable á una llama que arde constantemente
sin decaer desde el principio hasta el fin. Ea
corroboración de esta gran verdad que vengo
exponiendo, Víctor Hugo, ese gigante de la
literatura francesa, en alguna parte ha dicho:
Ei estilo es la llave del porvenir. Respeto esa
opinión y á ella me atengo para asegurarle
que sus IíÁgroias no han de morir, porque
ellas reconocen en su fondo la verdad.
He leído y releído algunas de sus bellas
composiciones, como no podrá menos todo
aquel que ha tenido que soportar en su vida
desengaños y crueles contrariedades.
XXVI OPINIONES
Finalmente, sus Lágrimas se recomiendan
por sí mismas, ellas constituyen un ramillete
de preciosas y fragantes flores, cuya vista en-
canta y hace prorrumpir al más insensible en
sinceros aplausos hacia la mano delicada que
con tanto gusto y talento lo ha formado.
En cuanto á la prosa, coincido en opiniones
con el ilustrado autor del Prefacio, en el úl-
timo párrafo de su escrito.
Una vez más, le doy las más expresivas gra-
cias por su obsequio, y le pido acepte mis más
cordiales felicitaciones, aun cuando ellas en
nada contribuyan á aumentar la aureola de su
gloria como poetisa que figura en esa pléya-
de de eximios literatos que embellecen el cielo
americano. — Sin más, atto. y S. S. y admi-
rador,
Juan Crisóstomo Centurión ( i ).
ERNESTINA MÉNDEZ REISSIG
Quien haya hecho, como yo, una pública
protestación del culto fervoroso que profesa á
la mujer, no puede ser buen crítico en tratán-
dose de examinar un librito escrito por pluma
femenina; pero, ni esta especie de veneración,
con la que pretendo demostrar mi amor sin
límites á- mi madre y á la compañera de mi
vida, ni la bondadosa esquelita con que me
( l ) En momentos de imprimirse esta carta, recibo la
infausta noticia del fallecimiento de tan distingaido caba-
llero. — La autora.
OPINIONES XXVII
favoreció la distinguida poetisa con cuyo nom-
bre he principiado este artículo, ni la muy ga-
lante dedicatoria, puesta para mí, en su libro
intitulado Lágrimas, van á ser causa, esta vez,
para prevaricar como crítico. Muy al contra-
rio, dejo á un lado la juventud, la belleza y
todas las virtudes de mi noble amiga; me ol-
vido, por un momento, que es una niña, á quien
es preciso agradar, haciendo coro al murmullo
seductor que la alta sociedad y la gente de buen
tono, forma en torno suyo, y con la más severa
imparcialidad y franqueza, expongo mi humil-
dísima opinión respecto del librito Lágrimas,
que ha merecido ya elogios del doctor Teófilo
E. Díaz y de don Eduardo Ferreira, así como
de la ilustre escrítora cuzqueña, señora dona
Clorinda Matto de Turnar, actual directora del
Búcaro Americano y discípula aventajadísima
del insigne Palma.
Enemigo de todo lo que trasciende á simbo-
lismo, me ha llamado, con mucha exactitud,
un literato argentino, porque no pertenezco á
la novísima escuela que, á tanto joven inteli-
gente, seduce en América con un falso oropel.
Tampoco soy clásico ni romántico. Yo amo la
libertad en el arte, hasta cierto punto; yo soy
obediente á las leyes, y predico (entre mis
amigos, por cierto) el estudio de los autores
llamados clásicos, pero aborrezco á los serviles
imitadores de ciertas escuelas literarias, sobre
todo si son extranjeras. Creo haber escrito lo
suficiente sobre estos puntos, en varios artícu-
XXVIII OPINIONES
los, acogidos benignamente en revistas hispa-
no- americanas, y como no quiero, por ahora,
meterme en estos berenjenales, me basta decla-
rar que sólo busco naturalidad y sentimiento
en la poesía.
Con esta ingenua confesión mía, compren-
derá cualquiera, que el libro de la señorita
Méndez Reissig es para mí una obra aprecia-
bilísima.
¿Hay naturalidad en la coleccionista de ver-
sos que analizo? — ¡Cómo dudarlo, si su autora
es una niña que no conoce el engaño, si es una
artista que tiene convencimiento de su voca-
ción ! Las composiciones en verso, que forman
el librito en referencia, son tan naturales, tan
fáciles, que á ello atribuyo ciertos descuidos
de construcción.
El mucho arte, en particular para los jóve-
nes, y el pulimento exagerado en la frase,
traen consigo el ofuscamiento de palabras y
la consiguiente falta de naturalidad, que no
es otra cosa que la sencilla manera de expre-
sar los pensamientos de modo que cualquier
lector crea que también él pudo haberse ex-
presado así.
¿Sentimiento? — También tienen las páginas
escritas por la poetisa uruguaya; pero perdó-
neseme la franqueza, no es un sentimiento ver-
dadero, capaz de inspirar una emoción estéti-
ca, ni de producir una verdadera obra de arte.
La penetración constante de una idea, y nada
más, ha obrado en el ánimo de la señorita
OPINIONES XXIX
Méndez Reissig, hasta hacerle sentir una es-
pecie de tristeza, que es la inspiradora de sus
cantos.
Una niña que no conoce todavía el mundo,
que embellecida por la inocencia y el candor,
vive al abrigo de sus padres, no sabe que hay
espinas en el sendero de la vida ; ignora que
la traición y la falsía, el crimen y el engaño,
la hipocresía y el vicio existen y conmueven el
seno de la sociedad. Para las almas puras,
para los corazones virginales y tiernos, el
mundo no tiene sino pájaros y flores, y un cielo
siempre azul, tachonado de estrellas. ¿Cómo
explicEU", pues, el extraño fenómeno de que la
joven poetisa afirme en sus versos que «o puede
ser felix, porque siente — aunque ella no lo diga
— ese mal que aquejaba al infortunado y té-
trico Leopardi ? — La lectura le ha hecho co-
nocer que el mundo es malo; y esta idea, hon-
damente arraigada en su alma, ha conmovido
su naturaleza delicada y sensible de mujer,
hasta el punto de hacerle creer efectivamente
que el mundo es malo, y escribir versos bue-
nos, es cierto, impregnados de una tristeza mís-
tica que agrada, pero que no son sinceros,
porque no son sentidos.
Si las bondades de la señorita Méndez Reis-
sig para conmigo rae autorizasen para tanto,
yo le aconsejaría que contemple con más calma
la pródiga naturaleza uruguaya; que deje va-
gar libremente su alma ardiente y soñadora
por el edén en que habita; que lea los libros
XXX OPINIONES
de Zorrilla de San Martín, su paisano, y que
componga versos americanos, juveniles y cre-
yentes. El dolor, verdadero ó fingido, conduce
á la duda, á la desesperación ; y yo no conozco
poesía escéptica.
En resumen, como escribo para el Guaya-
quil Artístico, cuyo programa pide artículos
cortos, me abstengo de presentar ejemplos de
los buenos versos que sabe hacer la poetisa
uruguaya, limitándome á decir que el librito
LÁGRIMAS tiene mucho de poético, y que su be-
lla y noble autora es digna de ser conocida
donde quiera que se hable la lengua castellana,
porque donde quiera se conquistará aplausos
sinceros, como el humildísimo mío.
Remigio Romero León.
Ecuador, Cuenca, Febrero de 1901.
LÁGRIMAS
QUEJAS DEL CORAZÓN
El destino tristísimo, inclemente
Ha sellado mi frente
Con el sino terrible del dolor;
Invencible poder tiene la garra
Que en mi pecho desgarra
Las ilusiones de mi vida en flor.
Con afán miro el cielo, y ni una estrella
Brillante, pura y bella,
Hallo, que venga á iluminar mi sien ;
Todas brindan sus rayos á otros seres
Que, en medio de placeres,
Su vida han convertido en un edén.
En vano busco venturosa calma,
Que anhelante mi alma
Pide á gritos, cansada de sufrir;
Nadie escucha mi llanto dolorido,
Y el corazón herido
Sólo espera la dicha de morir.
1899.
LAGRIMAS
DESCONSUELO
¿Qué mano misteriosa, acerba y dura •
Va guiando de mi vida los destinos,
Y envolviéndome en recios torbellinos
Ha muerto mi esperanza y mi ventura ?
Hoy por siempre los rayos ha escondido
Del astro rey que iluminaba mi alma;
¡ Ay, las horas tan plácidas de calma.
Para siempre también las ha extinguido !
1699.
LAGRIMAS
SCONFORTO
( TRADDCCldN DE LA SEÑORITA N. O. DE LA S. )
Ah ! qual mano misteriosa e greve e dura
II destin va guidando di mia vita;
E scombiando l'anima smarrita,
Ogni speranza uccise, ogni mia ventura?
Oggi per sempre dess'ha eclissato i rai
Deír astro magno che irradiava 1' alma,
E distruggea, ahime! anco la calma
Deír ore soavi. . . e per sempre omai!
LAGRIMAS
DELIRIO
No puedo ser feliz: yo anhelo, aspiro
Algo que el mundo déspota nos niega;
Algo consolador, algo que mate
Negros fantasmas que mi mente crea;
Algo que extinga el tedio que me embarga,
Que me aliente en las luchas de mi vida;
¡Ay, que enjugue mis lágrimas si lloro
Y que calme el pesar del alma mía!
Yo busco corazones puros, grandes,
Ajenos á la envidia, al mal y al vicio;
Corazones amigos que palpiten
Con el ardor con que palpita el mío.
Yo busco la amistad, siento nostalgia
De esa fuente de bien y de ternura;
Pero. . . ¡en vano buscar, si ante mi paso
Se alza el negro fantasma de la duda !
Y entre la duda del que fué engañado,
Y la ansiedad del que cariño implora,
LAGRIMAS
Caen mis ilusiones destrozadas
Como la flor que el huracán deshoja.
No puedo ser feliz: yo anhelo, aspiro
Algo que el mundo déspota nos niega;
Algo consolador, algo que mate
Negros fantasmas que mi mente crea.
1900.
LAGRIMAS
¡OH LIRA!
Tú que sabes la lucha que sostiene
Mi corazón, ha tiempo destrozado,
Dile al mundo que burla tus gemidos,
Que al son de mis congojas has vibrado.
Cuenta que cruel pesar sm-có mi frente,
Que ya no hay en mis ojos luz ni llanto ;
Que extinguieron mis bellas ilusiones
El terrible dolor y desencanto.
Di que en los breves años de mi vida
Sólo espinas hallé por mi camino;
Y que mi corazón es grande y muere
Bajo el peso fatal de su destino.
1899.
LAGRIMAS
¿RESPONDE?
¿No está en mi rostro pálido y sombrío
El cruel dolor sellado;
No ves huellas de lágrimas que, ardientes,
Mi mejilla han surcado?. . .
¿No escuchas de mi pecho los sollozos
De amargo desconsuelo;
No sabes cómo arrasan á mi alma
Esas horas de duelo?. . .
¿No vislumbras qué esfuerzo sobrehumano
Hago por mostrar calma ;
Y no ves el dolor grande, profundo,
Que va minando mi alma?. . .
¡Oh!. . . no, tú nada ves, nada descubres
De mi pena y quebranto ;
¡Ay, tú las borrarías, si supieras,
Enjugando mi llanto!
1899.
LAGRIMAS
DESEO
Si quitarse la vida es rudo crimen,
¡Quién pudiera arrancarse la razón,
Y vagar por el mundo sin conciencia
Del placer, el engaño y la aflicción ! . . .
¡ Quién pudiera olvidar sus penas todas,
De nuevo abrir el alma á la ilusión!. . .
¡Ay, es crimen quitarse la existencia
Y no es crimen herir un corazón !
1899.
LAGRIMAS
DESEJO
( TRADUCCIÓN DEL SEXOR J. J. )
Se roubar-se a existencia e negro crime,
Queni pudera arrancar -se só a razao,
E vagar pelo mundo sem consciencia
Do prazer, do engaño e da alflictao!
Quem pudera esquecer as penas todas,
E de novo engolfar -se na ilusao!. . •
Ai! e crime roubar-se a propia vida,
E nao e crime ferir-se um cora^ao!
10 LÁGRIMAS
QUEJAS
Soy el canto que triste el alma lanza
Llorando entre sus ruinas y el olvido ;
Soy el débil y el último latido
De un corazón que agonizando está.
Yo soy el grito aterrador que suena
En el cóncavo hueco de una turaba;
Soy el lamento amargo que retumba
En un cerebro hastiado de pensar.
Soy el recuerdo de un amor ya muerto;
Soy la sombra, no más, de la ventura;
Soy un cáliz inmenso de amargura
Que desbordando siempre. . . siempre está.
Soy la pálida estrella que se eclipsa
En montañas y negros nubarrones;
Soy la incredulidad de las pasiones
Que con áureo color suelen pintar.
Soy la fatalidad, fiera sin nombre
Que á un abismo sin fin se precipita,
Que ni un rayo de luz, santa y bendita,
Le iluminó su sien jamás .. . ¡jamás!
1899.
LÁGRIMAS 11
Á MARÍA H. SABBIA Y ORIBE
De laureles, azahares y jazmines
Tejiera en mi amistad bella guirnalda,
Que ciñendo tu sien alabastrina,
Fuera á envolverse en tu graciosa falda.
Yo alfombrara la senda que tú surcas,
De mirtos, margaritas y mimosas;
Y arrojara á tu paso, deshojados.
Lirios preciados y soberbias rosas.
Tú tienes algo de ángel en el alma,
Sombras del cielo en tus azules ojos;
Y arraneas de tu lira bellos himnos,
Pulsándola risueña sin enojos.
Yo, que arranco tan sólo tristes notas
De mi enlutada lira, cuando canto,
Para mi tumba anhelo una corona
De violetas regadas con tu llanto.
1899,
LAGRIMAS
A FRANCISCA OFELIA BERÍ^IUDEZ
No hay en el mundo más
que un exceso recomen-
dable: el de la gratitud.
Labboykrb .
El amigo consejo que me envías
Lo acepto, llena mi alma de emoción;
Y al expresarte gratitud, te ruego
Que no dudes que á Dios brindo mi amor.
No dudes que mitigo mis tristezas
Si ferviente me entrego á la oración,
Y olvido la crueldad de los que engañan,
Cuando poso mi vista en el Señor.
Y si llamé la muerte, delirante,
¡Ay! créeme, fué acosada de dolor;
Porque cuando un tormento nos maltrata.
El alma busca la región de Dios.
Pero jamás mis penas y dolores
Borrarán de mi joven corazón
La fe sublime que ha encendido en mi alma
La mano bienhechora del Creador.
1899.
LÁGRIMAS 13
EN EL ÁLBUM
DE MI DISTINGUIDA AMIGA LUISA SEGUNDO
Para dejar en tu álbum mi recuerdo,
Hacia el jardín de mi alma
Llegué en busca de flores. ¡ Ay, marchito
Aquel jardín se hallaba!. . .
Busqué en mi corazón las alegrías,
Llamé mis esperanzas;
Nadie me respondió: ¡en él, tan sólo,
Hallé lásrrimas. . . . lágrimas!. . .
Si no tengo alegrías y están mustias
Las flores de mi alma,
Cual recuerdo de afecto, en esta hoja,
¡ Ay, dejaré una lágrima!
190O.
14 LÁGRIMAS
HERMANA
Tú, que huyendo del mundo, do el engaño
Envenena la vida,
Das al bueno consuelo en su tristeza.
Con bondad infinita;
Tú, que al malo, descreído, siempre enseñas
La religión sagrada,
Y guiándolo en sus dudas y deliquios,
Das fe sublime á su alma ;
Tú, que al huérfano pobre, abandonado
Por una madre impía.
Le ofreces tu ternura y resignada
Velas sobre su vida;
Tú, la santa mujer que amo y venero,
¡Oh dulce religiosa!
Responde si en la vida de los claustros
Hay paz para el que llora.
Dime: ¿la senda que tu planta surca,
No tiene, hermana, espinas;
Y á tu mansión sagrada nunca llega
Del mundo la malicia?
1900.
LÁGRIMAS 15
NO VOLVERÁN
¿Crees que m¡ corazón entristecido
Se abrirá nuevamente á la ventura?
Tú no sabes que henchido de amargura
Se agita sin cesar.
Y deliras al creer que la esperanza
Puede volver de nuevo al alma mía;
¿Ignoras que mis horas de alegría
No tornarán jamás?
¡Oh! no. . . no me entusiasmes con quimeras.
No me hables de los goces y el contento ;
Yo, en mis desvelos, con horror presiento
Que nunca volverán.
1899.
16 LÁGRIMAS
¡FE!
He llamado la muerte muchas veces
Cuando, despedazado el corazón,
Apuraba amargura hasta las heces
Quitando á mi cerebro la razón.
Sí, deseaba morir en esas horas
Que hasta tu amor mezquino imaginé;
Y dando fuerza á ese dolor que ignoras,
De este mundo traidor yo blasfemé.
¡Ay!. . . maldije el tormento y negra suerte
Que el destino, ¡infeliz! me designó;
¡Sin encantos, sin fe, pedí la muerte,
Y el corazón de llanto rebosó !
Hoy siento que se aduerme mi honda pena . . .
¿Confiando en el mañana?. . . No lo sé;
El cielo de mi vida se serena.
Oigo una voz que grita á mi alma: ¡Fe!
18S9.
L.AGRIMAS 17
ESTROFAS
Dedicadas al ilustre vate ar-
gentino don Carlos Guido
y Spano.
Hay seres en el mundo que creen que la ventura
Se agosta con los años y no con el dolor ;
¡Ay, cuántos corazones temprano se destrozan
Cual delicados lirios que arrasa el aquilón!
¡Cuántos lloran perdidas las dulces ilusiones
Que en juvenil delirio su mente se forjó!
i Ah! muchos. ..muchos tienen el alma envejecida
Mientras que el cuerpo joven ostenta su vigor.
Mil veces yo me muestro con mi cerviz erguida,
Y aquí en mi pecho joven rugiendo está un dolor;
Y al repetir que sufro, se burlan de mis quejas,
Porque la pena negra tan sólo la ve Dios.
Enero 19 de 1900.
18
LAGRIMAS
TUYO
¡Imposible olvidarte!. . . ¡Si te adoro
Con todo el corazón, con toda el alma!
¡Imposible olvidarte!. . . Este cariño
Ha vuelto á mi existir la fe y la calma.
¡Imposible olvidarte!. . . Nunca dudes
De la firmeza de mi amor profundo;
El da ideas y fuego á mi cerebro,
Calma mis penas y embellece el mundo.
¡Oh! no dudes jamás... que yo por siempre
Te entrego el corazón lleno de amores;
¡Es tuyo. . . ¡sólo tuyo!. . . dale vida,
Borrando sus tristezas y dolores!
1900.
LÁGRIMAS 19
UNA LÁGRIMA
Á la memoria de la inolvi-
dable Casiana Flores.
Al compás de la briáa perfumada,
El pino y el ciprés
Del viejo cementerio, se mecían
Con suave languidez.
Destacaba en el cielo azul y limpio
La negra y alta cruz
De la torre, do débil se posaba
Del sol la última luz.
Y cantando, las silvias y gorriones
Daban al día adiós;
O tal vez elevaban por los muertos
Una plegaria á Dios.
Yo pasé largas horas contemplando
Aquel santo lugar:
Pensaba en las historias ignoradas
Que allí se han de encerrar.
20 LÁGRIMAS
¡Cuántos, me dije, corren por el mundo
Anhelando morir;
Y cuántos, ¡ ay ! á descansar se fueron
Llorando por vivir !
¡ Y al recordarte, amiga idolatrada,
Mi corazón gimió;
Y una lágrima ardiente de mis ojos
Temblorosa brotó!
1900.
\
LÁGRIMAS 21
¿POR QUÉ...?
¿Por qué mis tristezas te causan enojos;
Por qué cuando el llanto desborda en mis ojos
Tu frente se surca con dura expresión?
¿Y por qué en las horas que el pesar me acosa,
De tu labio escucho blasfemia enojosa,
En vez de apacibles palabras de amor?
Sabes que el Destino me hiere inclemente ;
Sabes que abatida yo inclino mi frente
Bajo el peso rudo de cruel sinsabor;
Y sabes que te amo, que sufro, que lloro,
Que paz y ternura sólo á ti te imploro:
¿Por qué me las niegas, mi vida, mi Dios?
1900.
22 LÁGRIMAS
I
ORO Y PENAS
No envidiaré tu sin igual belleza,
Ni me deslumhra el oro que malgastas;
Pero envidio, te juro, mujer linda,
Tu frialdad, tu egoísmo y tu ignorancia.
¡ Ah, tú eres tan feliz ! Tú nunca inclinas
Bajo el peso del duelo, tu alba frente;
Tú ríes de las lágrimas y penas,
De esas penas que á mí me dan la muerte.
Raro contraste el nuestro: tú no sufres,
Y en mi pecho el dolor agudo impera ;
Para ser grande tú precisas oro,
Y yo tan sólo necesito penas.
1899.
L.VGRIMAS 23
TU IMAGEN
Al cuello llevo, en un estuche de oro,
Tu imagen ¡ tan querida !
Es mi fiel compañera en los instantes
Tan negros de mi vida.
Ella escucha la queja abrumadora
Del corazón herido ;
Y calma mis pesares, recogiendo
Mi llanto y mi gemido.
Tu imagen, siempre dulce, me enardece
Con su inmensa terneza;
Ella, sonriente y cariñosa, borra
Mis horas de tristeza.
1900.
24 LÁGRIMAS
I
TU AMOR
Tengo un amor enviado de los cielos,
Un amor que es mi dicha, mi ventura;
Un amor que en las horas de tristeza
Disipa mi dolor y mi amargura.
Cual sol que va alumbrando mi existencia
Y dando aliento á la esperanza mía,
Me dice: «El porvenir ya no es sombrío,
Eternamente yo seré tu guía.
Y seré inspiración sublime, ardiente.
Que hará vibrar tu lira enternecida;
Te arrancaré del alma los temores,
Dando á tu corazón calor y vida.
Remontaré tu joven fantasía
A un mundo de venturas y placeres;
Y murmurando á tu oído dulces frases,
Te haré la más feliz de las mujeres.»
Con este amor, que emana de los cielos,
Me muestro siempre firme y aguerrida;
No me vencen las penas : las ahuyenta
Este amor, que es la vida de mi vida.
1899.
I
LAGRIMAS 20
TEU AMOR
( TBADUCCIÓN DEL SEXOR J. J. )
Tenho um amor que foi dos céos enviado,
Um amor que é minha dita, minha ventura;
Um amor que ñas horas de tristeza.
Dissipa minha dor, minha amargura.
Qual o sol, elle aclara -me a existencia
Dando -me alentó, e a esperanza um dia
Disse: «O teu futuro ja njio é sombrío,
Eternamente q' eu serei teu guia;
Serei inspira^ao sublime, ardente,
Farei vibrar tua lyra enternecida;
Te arrancarei d'alma vaos temores,
Dando ao teu corafao calor e vida.
Remontarei tua joven fantasia
A' un mundo de venturas e prazeres;
Doces phrases dizendo-te ao ouvido,
Seras a mais feliz d' entre as mulheres. »
Con este amor, emanagao celeste.
Me sinto sempre forte e aguerrida;
Nao me vencem as dores: as afugenta
Este amor que é a vida de minha vida.
N
26 LÁGRIMAS
¡SIGAMOS!
Sigamos, ¡oh! sigamos por la escabrosa senda,
Que al fia de estas miserias habrá tiempo mejor;
Tú serás en mi vida la estrella que me guíe,
Yo endulzaré tus días con mi ferviente amor.
Sigamos adelante; no inclines, no, la frente
Porque la suerte, hoy negra, nos hiera: ¡ten valor!
Yo soy mujer y lucho, porque luchando espero
Vencer tanta desdicha, vencer tanto dolor.
1899.
LÁGRIMAS 27
DEL ALMA
Para la eximia escritora pe-
ruana Sra. Clorinda Matto
de Turner.
Si algún día llegaran á tu oído
Los ayes lastimeros de mi musa,
No rías al saber que joven lloro,
Ni te unas á esa masa que me acusa.
No grites cual los necios que imaginan
Que la pena y horrenda desventura
Mina sólo los viejos corazones.
Porque en la juventud todo es dulzura.
Tú sabrás que soy joven, pero ignoras
El secreto terrible de mi pena;
Algunos te dirán que miento: ¡impíos!
No les conduele la desgracia ajena.
1900.
28 LÁGRIMAS
¡NO LLORES MAS...!
Iso llores más, poeta,
Y de tu pecho arranca
El dardo del dolor que te consume;
¡Vuelve. . . vuelve á la calma!. . .
Si amastes, y, cobardes, te engañaron,
No martirices tu alma
Con el recuerdo de una dicha muerta,
Que la mujer que engaña
No merece ni amor, ni llanto, ni odio.
¡ No ... no merece nada ! . . .
No llores más, poeta;
¡No llores, que tus lágrimas
Extinguirán la luz de tus pupilas
Y quemarán tu alma!. . .
Jamás digas al mundo tus tristezas,
Tus dudas y tus ansias;
El mundo no comprende los dolores
Y burla las desgracias . . .
Sea tu corazón, amigo mío,
Una tumba ignorada.
Que guarde de tu vida los secretos
Y el ataúd de tus lágrimas!
1900.
LÁGRIMAS 29
UN SUENO
Formando mil castillo?, mil quimeras,
Las horas placenteras
Transcurrieron anoche, vida mía;
¿Recuerdas cuan felices y contentos
Y entre mil juramentos
Nos despedimos hasta el nuevo día?
Ya dormida, cambiaron mis visiones;
Los recios aquilones
De un tempestuoso sueño me envolvieron;
Mi pecho sollozando se agitaba,
Mi corazón temblaba,
Y estas quejas mis labios profirieron:
«¿Qué vale para mi alma edad tan bella,
Si huyó por siempre de ella
La luz de la ventura y la esperanza ;
Y los terribles giros de la pena
Que á mi pecho envenena
Ni un instante me ofrecen de bonanza?
30 LÁGRIMAS
Sin poder mitigar, ¡ay! mis pesares,
A los crueles azares
De la suerte, rendida me abandono;
Porque mina, abrasando mi cabeza,
La invencible tristeza
Que á mi existir se arraiga con encono.
Busco en vano la amiga cariñosa
Que apacible y gozosa
Quiera calmar mis penas y quebrantos;
Y hallo tan sólo ingratitud y desvío,
Y el inmenso vacío
Que nos traen los terribles desencantos.
Di á un hombre el corazón y toda el alma,
Y en venturosa calma
Viví feliz creyendo en su cariño;
Inmenso era el amor que me ofrecía,
Y cuando el alma ansia
Gozar, se entrega con la fe de un niño.»
Sé que me amas con sin igual ternura,
Y esa inmensa ventura
No logra desterrar de mi memoria
Los recuerdos tan tristes de este sueño,
Que con tenaz empeño
Quiso hacer desgraciada nuestra historia.
1900.
LÁGRIMAS 31
LO QUE ANHELO
lío es mi afán el afán de los que aspiran
Tener del vate el lauro;
Yo jamás he soñado con la gloria,
Ni me excita el aplauso.
No me importa la voz triunfal que arrancan
Mis versos elegiacos;
No importa que censuren la amargura
Que desbordo en mis cantos.
Sólo anhelo, al pulsar mi triste lira,
Dar á mi alma consuelo;
Y complacer, mi vida, tus afanes,
Brindándote mis versos.
1900.
32 LÁGRIMAS
PERDÓN!
Sí, perdonar es creer en lo grandioso,
Es imitar al Redentor divino;
Tú me imploras perdón por lo que hiciste,
Y mi perdón te brindo.
Que sufrí, tú lo sabes; era grande
El sacrificio que mi amor me impuso:
Callar, siempre callar, vivir muriendo
Sin doblegar mi orgullo.
Mas, todo ya pasó; las nubes negras
Que empañaron el cielo de mi dicha,
No volverán, ¿verdad, bien de mi alma,
A obscurecer mi vida?
1901.
LÁGRIMAS 33
UNA CONGOJA
El egoísmo atroz de algunos seres
Abrió en mi corazón profunda herida;
Y hoy vago por la tierra, siempre triste,
Y á veces, ¡ay! me pesa hasta la vida.
¿Cómo buscar en la amistad del mundo
La dulzura, ¡oh mi Dios! y la bonanza?
¡Qué pueden los extraños á mi pena.
Si los que amaba tanto,
Destruyeron mi paz y mi esperanza!
1900.
34 LÁGRIMAS
¡OH LUNA!
Para ti.
¡Oh Luna! tú que alumbras mis pálidas mejillas,
¡Oh Luna! tú que miras mis lágrimas correr,
Sobre su frente posa tus rayos diamantinos
Y dile que le aguardo, que pienso sólo en él!
Dile que lejos suyo mi corazón se oprime,
Que mi existencia acaba, que horrible es mi aflicción;
Que vuelva, que mi vida es sólo. . . sólo suya,
¡Oh! dile, Luna bella, ¡cuan inmenso es mi amor!
1900.
LÁGRIMAS 35
OH LUNA!
(TRADUCCIÓN DE LA SeSToEITA N. O. DE LA S. )
Luna, tu che rischiari nel tuo silente viaggio
Queste mié guancie smorte; tu che redi ¡1 mió piante,
Sulla sua fronte posa l'argenteo tuo raggio
E che l'attendo, digli, á Lui pensando, ahi quanto!
Digli che torni: Lui lontano in angopcia crudel
Languo e mi stremo, . . . che a Lui per sempre tutto ¡1 mió cor
Ho dato, tutto!. . . O Luna bella che sorride in ciel,
Per me Timplora e svelagli il mió immenso amor!
,
36 LÁGRIMAS
CARCAJADAS Y LÁGRIMAS
— ¡Poetas!. . . dijo un necio, y tras la frase
Lanzó una carcajada;
jAy! pobres locos, agregó, que viven
Mártires de sus ansias.
Ellos, soñando siempre, ó se remontan
Á un cielo de bonanza,
Ó blasfeman del mundo y sin consuelo
Dejan correr sus lágrimas.
¿Tienen Dios esos hombres? ¿Quién los guía?
¿Ellos no tienen alma?
¿Quién da forma á sus pobres pensamientos?
¿Quién diz que tienen alas?. . .
— ¡Oh! necio, respondió una voz tan dulce
Como acorde de un arpa;
El Dios de los poetas no es el tuyo,
Ni como tu alma es su alma.
Su Dios es grande, vive allá en la cumbre,
Donde la regia llama
De lo ideal y perfecto siempre alumbra
La fe y la esperanza.
LÁGRIMAS 37
La luz de las estrellas ilumina
Su cerebro, y sus alas
Son suaves como pétalos de lirio,
Como la Luna blancas.
Y mientras tú te arrastras por el mundo
Riendo á carcajadas,
Al cielo los poetas se remontan
Y en el seno de Dios dejan sus lágrimas.
1900.
38 LÁGRI3IAS
UNAS FLORES
Á lui di!<tiDguida amiga Zoa-
lina Iriaite.
Con dulce galantería,
Un señor muy distinguido,
De flores me ha remitido
Una fresca y blanca guía.
Después de enviarme el regalo,
Según oí, al señor
Le asaltó cierto temor
Juzgándolo un acto 7nalo.
Pero sus años son tantos.
Que su obsequio á honrarme viene;
Para mí, un anciano tiene
Muchos y muchos encantos.
¿Acaso no es un honor
Llamar amigo á un anciano?. . .
Siempre una rugosa mano
Nos ayuda y da valor.
Yo agradezco de verdad
Sus flores, que son tan bellas;
Porque en los cálices de ellas
Hay perfumes de amistad.
1901.
LÁGRIMAS 39
CORAZÓN RESUCITADO
DE JULIETA DE MELLO MONTEIRO. — ( Traducción )
Juzgúelo muerto: ¡el mísero vivía!
Mísero que, para vivir penando,
Mejor le fuera el sueño dulce y blando
Que no siente dolor, ¡ay! ni alegría!
Preso á las rocas, Prometeo gemía,
Siendo pasto fatal de negro bando;
Mi corazón también se va afinando,
Preso al yugo de amor que lo oprimía.
Ardiente en llamas de su celo ardiente.
Nuevo Ótelo, en un ímpetu ferviente
Tienta olvidar quien lo bolla día adía. .
Mas la barrera cruel se yergue altiva,
Y el muerto resurgido en llama viva,
Fíngese inerte y vive en la agonía.
40 LÁGRIMAS
CONSULTA
DE ANTHKKO DE QÜENTAL. — ( TradUCCiÓn )
Llamando en torno de mi frío lecho
Las memorias mejores de otra edad,
Figuras que en las noches, con piedad,
Se inclinan á velar sobre mi pecho
Díjeles:— En el mundo inmenso, estrecho,
¿Vale acaso la pena, en ansiedad
Haber nacido? Digan la verdad,
Pobres memorias que yo al seno estrecho.. .
Pero ellas perturbáronse, ¡cuitadas!
Palideciendo mucho, contristadas,
Hasta la más dichosa, más serena, . .
Después, cada una de ellas, lentamente,
Con una risa mórbida, pungente.
Me ha respondido:— ¡No vale la pena!
LÁGRIMAS 41
SONETO
DK ANTUERO DE QUENTA.L. — (Traducción)
Sólo por ti, astro aún, y siempre oculto,
Sombra de amor y sueño de verdad,
Divago por el mundo en ansiedad,
Mi propio corazón en mí sepulto.
De templo en templo llevo yo mi culto,
Llevo las flores de íntima piedad,
Veo los votos de mi mocedad
Recibir solamente escarnio, insulto.
A orillas del camino me senté. . .
Escuchando pasar agreste viento,
Me dije: ¡que así pase cuanto amé!
¡ Oh mi alma, que creíste con quietud !
¿El qué, será vejez y desaliento,
Si esto se llama aurora y juventud?
42 LÁGRIMAS
VOZ INTERIOR
DE ASTHEEO DE QUEXTAL. — ( Traducción )
Embebido en nn sueño doloroso,
Que atraviesa fantásticos clarones,
Tropezando en un polvo de visiones,
Mi pensamiento bulle tumultuoso, . •
Del mar como bramido tempestuoso
Que arroja hasta los cielos sus cajones,
Al través de una luz de exhalaciones,
Me envuelve el universo tan monstruoso.
Un ¡ay! profundo, un trágico gemido
Que llega sin cesar hasta mi oído
Con horrible, monótono vaivén . . .
Sólo en mi corazón que sondo y mido,
No sé qué son por mí desconocido.
Protestando eu secreto, afirma el Bien.
LAGRIMAS 43
MUERTE. -AMOR
DB AXTiiERO DK QUENTAL. — ( Traducción)
Ese negro corcel, cuyas pisadas
Escucho en sueños cuando ya anochece,
Y, pasando al galope, me aparece
De noche en las fantásticas estradas,
¿De dó viene él? ¿Qué sendas tan sagradas
Y terribles cruzó, que así parece
Tenebroso y sublime, y le estremece
No sé qué horror sus crines agitadas?
Un caballero de expresión potente,
Formidable, en su porte muy prolijo.
Vestido de armadura reluciente.
Cabalga en esa fiera sin temor:
— ¡Yo soy la Muerte! el negro corcel dijo. . .
Responde el caballero: — Yo el Amor!
44 LÁGRIMAS
CREPUSCÜLAJl
Enviando el risueño Febo
Su último beso al paisaje,
Ocultóse lentamente
Tras los añosos pinares.
Los azahares se deshojan,
Las ro?as blancas se besan,
Y el ambiente se perfuma
Con jazmines y violetas.
Y van cruzando ligeras,
Empañando el azul cielo.
En grupos, las blancas nubes.
Impulsadas por el viento.
Aparece entre las nubes
Alguna pálida estrella,
Mientras canta entre el follaje
El zorzal dulces endechas.
Ya la voluptuosa reina
De la noche se levanta
Y acaricia con sus flecos
Mi frente, ¡ay, tan mustia y pálida!.
LÁGRIMAS 45
¡Cuánta belleza en el cielo!
¡Cuánta poeeía en la tierra!
Aquí perfumes y trinos,
Allá nubes, luna, estrellas.
y ante el sublime paisaje.
Mi corazón, ¡pobre enfermo!
Se estremece, y deleitado
Mi espíritu vuela al cielo.
1900.
46 LÁGRIMAS
INVOCACIÓN
Dime, Señor, ¿por qué quien cree y confía
En tu clemencia celestial, padece,
Y envuelto en negras sombras se estremece
Y hasta de su razón, ¡ay! desconfía?
¿Por qué, dime, Señor, el alma mía,
Si la fe que le inspiras no decrece,
En la onda amarga del dolor se mece
Y su existir es sólo una agonía?
¿Por qué será?. . . ¡Tal vez el torbellino
Que de crueles espinas mi camino
Ha sembrado hasta hoy, en lo futuro
Será la brisa leda que reclama
Mi alma, y del sol de la ventura, llama
Que alumbre una existencia triste, obscura!
1902.
LÁGRIMAS 47
ignívoma
Yo he de probarte que la lira mía,
Que bellos himnos á mi amor le canta,
Tiene también terribles vibraciones
Que sin desprecios, sin insultos, matan!. . .
Yo he de probarte, sí, desventurada,
Que en mi alma, fiel raudal de sentimiento.
Para aquella que cruza en su camino
También hay gotas de infernal veneno!. . .
Yo he de probarte, sí, que de mis labios,
Do brotan frases de ternura llenas,
Con su voz cadenciosa y triste, puede
Ante el mundo quitarte la careta!. . .
Yo he de probarte, sí, que no tan sólo
Aprendí á tejer rimas con lágrimas :
Sé también escribir con tinta negra,
Kimas tan negras, como negra es tu alma.
1902.
48 LÁGRIMAS
SUFRE Y CALLA
¡Sufre y calla, mujer, si en tu camino,
Que debió ser sembrado de azucenas.
Sin merecerlo, hallaste crueles penas
Y las terribles zarzas del pesar !
¡Sufre y calla, mujer, si de la suerte
Ya probaste los duros desengaños;
Que á los ojos del mundo sean extraños
Tus instantes de dudas y dolor !
Si tu belleza sin igual no ha sido.
Unida á las bondades de tu alma.
Un lazo fuerte que tan sólo calma
Te pudiera en tus días ofrecer,
No divulgues tu pena: calla y sufre.
Reconcéntrate en ti, confía en el cielo.
Echa sobre la infamia obscuro velo,
Espera resignada y cree en Dios !
1902.
LÁGRIMAS 49
¡LAURELES!
Busca el bardo laureles, é imponente
La idea en su cerebro arde cual pira,
Y arranca entusiasmado de su lira
La estrofa que un laurel brinda á su frente.
Busca fama el pintor; con celo ardiente
Traza la línea que su genio inspira,
Y en su paleta embadurnada mira
Reflejado su triunfo. . . Audaz, creyente,
En su cincel confíase otro artista,
Y ya en las curvas de la estatua avista
Verdores de laurel, chispas de gloria. . . .
¡Ay! también el soldado busca ardiente,
En el campo do corre sangre hirviente,
El laurel que corone su victoria!
1902.
50 LÁGRIMAS
MI DIOS
Aquí en mi corazón, donde apacible
El bien y la bondad se refugiaba;
Aquí, donde tan sólo se agitaba
La dulce compasión;
Aquí en mi corazón, donde nacieron
De la amistad y amor la ardiente llama,
¡Cómo ruge, mi Dios?, cómo se inflama
El desprecio, las dudas y el dolor!
1S02.
LÁGRIMAS 51
CREO..
Creo en la luz del astro rey, y creo
En los rayos plateados de la luna,
Y en el claro cristal de la laguna
También mi creencia reflejada veo!. . .
En el azul de lo infinito leo
El nombre de la fe que ardió en mi cuna;
Y las estrellas me hablan, una á una,
De lo grande, de Dios, y siempre creo!. . .
Creo en la flor que su perfume exhala;
Creo en el cóndor, que al tender su ala,
A las alturas se remonta airado!. . .
Creo, Señor, en tu poder grandioso,
Y en tu clemencia creo, astro radioso.
Que iluminas los mundos que has formado!
1902
52 LÁGRIMAS
MI MUERTA!
Después de una noche terrible de lucha,
¡Oh, noche muy negra!
Con paso inseguro me acerqué temblando
Donde, ¡aj'l fría, inmóvil,
Estaba mi muerta.
Tendida en un lecho de brocato y flores,
¡Cuan pálida estaba!
C-euía su ondeado y oscuro cabello.
De mirtos y azahares
Virginal guirnalda.
Blanco era su traje, y un velo cubría
Su frente de lirio,
Y sobre su pecho sin vida, ya yerto,
Bajo el velo casto
La imagen de Cristo.
Así, con el velo, los mirtos y azahares.
Así te soñaba;
Mas no yerta, inmóvil, rodeada de cirios;
¡Oh no, mi querida!. . .
¡Oh no, mi Esperanza!
LAGRIMAS
Yo te vi en mis sueños radiante y muy bella^
Vestida de blanco;
Con mirtos y azahares tu oscuro cabello
Feliz te adornaba,
Con tierno cuidado.
Yo te vi en mis sueños con nupciales galas,
Dichosa, contenta. . . .
Mas, ¡ay suerte impía! mis sueños mintieron:
Te he visto de blanco, con mirtos y azahares,
Pero muerta. . . ¡muerta!
Marzo 25 de 1900.
54 LÁGRIMAS
RIMAS
Desgarraban á mi alma sus lamentos,
Y al escuchar su triste y débil voz,
Que cesaran sus ayes imploraba
Con inmenso fervor. . . .
Mas, después el silencio de la muerte
Oprimía mi herido corazón ;
Y entonce á Dios pedía delirante
Escuchar sua gemidos y su voz.
1900.
LÁGRIMAS 55
AZAHARES
Estos azahares son los que adornaron
La oscura cabellera de mi muerta;
S¡ imprimo en ellos con ardor mis besos,
Consuelo mi alma enferma.
Parece que en sus cálices guardaran
De aquel cerebro amado un pensamiento;
Y en su idioma me cuentan estas flores
Algo de Ella y del cielo.
1900.
56 LÁGRIMAS
SÚPLICA Á DIOS
Para mis padres querido*.
\ Señor, Señor, cuan hórrido tormento
Sentir que bate el viento,
Incesante, la obscura celosía!. . .
Trae á mi mente, el huracán furioso,
El recuerdo penoso
De aquella noche negra de agonía.
Y como una canción lúgubre, incierta,
Tras la cerrada puerta
Siento bramar el vendaval. ¿Me espanto,
Porque creo escuchar, ¡oh! confundido
Con el terrible ruido,
Súplicas, quejas y angustioso llanto!
¡ Ay ! la lúgubre y triste serenata
Que á mi alma timorata
Martiriza, ¡oh Señor! que cese. . . cese!
Porque el amargo y tan tenaz bramido
Del viento, cual gemido
De alma herida, lo escucho y me enloquece!
1900
LÁGRIMAS 57
AL DOLOR
Sigues siempre mis pasos por el mundo,
Clavando aquí en mi corazón tu garra ;
iSIe persigues tenaz, duro, inclemente,
¡Oh espantoso fantasma!
¿Cuándo te conocí?. . . Fué aquella noche,
¡Ay! de agonía, de pavor, de ansias;
Envuelto en los cendales de la muerte
Llegaste á mi morada.
Y desde entonces veo á cada instante
Tu faz desencajada;
Tus ojos denegridos siempre fijan
Sobre mi pobre ser, torva mirada.
En las mañanas de mi vida vienes
A golpear mi ventana;
Me asedias en mis días, y en mis noches
Siempre batiendo estás tus negras alas.
Vives en el perfume de mis rosas,
En los cálices rojos de mis dalias,
58 LÁGRIMAS
En los rayos de luna que iluminan
3IÍ frente mustia y pálida.
En el murmurio suave del arroyo
Va tu canción tristísima mezclada;
Me hablan de ti las aves trinadoras,
Y la brisa que pasa.
Donde las olas ledas, rumorosas
Se desenvuelven por besar la playa;
En el dulce concierto de los mares,
También tú te levantas.
Ya en el festín ideal de mis amores
La copa que me ofreces guarda lágrimas ;
Ya interrumpen mis sueños venturosos
Tus roncas carcajadas.
¡Yo te siento más vivo, más terrible
Rugir aquí en mi alma.
Cuando ya muere el sol, cuando la noche
Hacia la tierra lentamente baja!
¡Yo te siento más bárbaro, más fiero
Donde reina la calma!
¡ Allá en el mundo helado de las tumbas,
Donde duermen mi padre y mi Esperanza!
1902.
PROSA
fantasía
Allá, bajo los añosos sauces que besan las
márgenes de un lago, se alza una cruz vestida
de hiedra. Aquella cruz indica la existencia
de una tumba.
Si en las noches de luna pasáiá por allí, ve-
réis tendido sobre la fría losa cubierta de flo-
res, un hombre. Viste de negro, es joven, y ya
la nieve corona sus sienes.
Llegad junto á él y veréis brillar sobre su
obscuro traje, al resplandor de la luna, las go-
tas de rocío: esas gotas cristalinas son lágri-
mas que el cielo, conmovido, vierta sobre aquel
desventurado.
¡Mirad cuan frescas están las rosas blancas
y jazmines que le sirven de lecho: esas flores
nunca se marchitan!. . .
— ¿Por qué?
¡Ay! es que sus lágrimas de continuo las
refrescan, y esas flores, cual símbolo del dolor,
pálidas como sus esperanzas, serán sus eternas
compañeras, velando de continuo sobre aquella
tumba . . .
— ¿Quién es ese misterioso personaje?
— ¡Es un loco!. . .
m
62 LÁGRIMAS
— ¿ Un loco ? . . . ¿ Quién ocasionó su locura ?
— Os haré su historia: El era un niño aún,
cuando una noche oyó un canto tan sublime,
que parecía venir de la región celeste. Era la
voz de un ángel que turbaba sus sueños; se
aproximó á la ventana de su cuarto y vio flotar
ante su vista una diosa cubierta con niveo
traje y coronada de azahares ; él la llamó an-
sioso, y ella sonriente llegó hasta él; se com-
prendieron, fundiendo en una sus almas; ella
penetró en su corazón, embargó su cerebro, su
ser . . en fin, fué su idea, su vida misma.
¡Cuánto la idolatraba y cómo crecían su pa-
sión y su fe cuando su adorada borraba con
un beso las negras sombras de su mente!. • .
El sufría. . . ansiaba gloria; gloria y lauros
para coronar las sienes de aquel ángel que-
rido . . .
— ¿Después?. . .
— Después aconteció algo atroz. Su ídolo
fué herido de muerte; una pérfida mujer no
quiso que su dicha fuera eterna. . .
— La mujer se enamoró del joven. . . ¿Quién
era ella?
— ¿Ella?. . . ¡Ella era la Envidia!
— ¿Y la diosa?
—¿La diosa?... ¡la diosase llamaba Ilu-
sión!
— ¿Y el joven?. . .
— ¿El joven?. . . ¡el joven era un poeta!
1900.
SILVIA
Para mi inadre.
Llega el triste otoño; sus tibias y calladas
tardes despiertan en el alma de los que sufren
la terrible melancolía; los desnudos árboles
ya no conservan ni despojos de sus sublimes
galas primaverales; la flexible enredadera, sin
flores, sin hojas, se extiende en el grietado
muro cual un manto gris. ¡Oh tristísima es-
tación! Es cierto que no hay tardes más bellas
que las tuyas; es cierto que tus noches son las
más tranquilas y poéticas; pero, ¡ay! también
es verdad que tus brisas siempre llevan con-
sigo el perfume de marchitas flores. • . de esas
flores que cariñosa mano coloca sobre la fría
tumba recién cerrada, guardadora fiel de des-
pojos idolatrados.
¡Otoño, cuan tristes recuerdos has dejado
en mi mente!
64 LÁGRIMAS
n
La tarde caía lentamente; no sé qué impulso
sobrenatural despertó en mí el vivo deseo de
abandonar la población ; era casi una necesi-
dad para mi anémico cerebro buscar el retiro.
Mi joven y ya surcada frente, precisaba re-
frescarse con la suave brisa que corre en las ex-
tensas avenidas de. . .
Subí al tranvía. Hastiado por la monotonía
del largo trayecto, decidí tomar, como distrac-
ción, apuntes para mi cartera, valiéndome para
ello de las personas que viajaban conmigo.
¡Qué variedad! Frente á mí, dos jóvenes
afanosas charlaban, ¡Pobrecitas! pretendían
fijar mi atención, y en verdad que la fijaron;
pues, ¡quién resiste á detener su vista en dos
mujeres para quienes el Carnaval existe el año
entero! Eran dos chillonas amras, importadas
de la provincia de Matto-Grosso ; no tan sólo
las miré con marcado interés, sino que hasta
arrancaron una sonrisa á mis labios; sonrisa
que una de ellas retribuyó con placentero
gesto, tomándola, tal vez, como una prueba de
simpatía.
Cerca de la puerta, una mujer tosía sin ce-
sar; su traje era tan i*aído y fino, que bien se
comprendía que su mal se agravaba, á pesar
de la estación, con la ligereza de su vestido.
De cuando en cuando levantaba su vista para
LÁGRIMAS 65
fijarla con ansiedad en cuantos la rodeábamos.
¿Imploraba silencio 6 un óbolo para remediar
su miseria?... Tal vez las dos cosas; pero,
¿quién, de buenas á primeras, lleva la mano á
su bolsillo y, sacando una moneda, la deposita
en manos de un ser que dice mucho y no dice
nada? Una nina de pocos años la acompañaba;
ésta, como su madre, vestía también misera-
blemente, y el terrible sello del hambre se veía
impreso en su triste semblante. Yo contem-
plaba emocionado este cuadro, cuando el tran-
vía se detuvo. Como se yerguen las sublimes
visiones en nuestros juveniles sueños, así vi
levantarse una joven que estaba en mi mismo
banco, la cual hasta entonces había pasado
inadvertida para mí. Su talle era esbelto, de-
masiado fino quizá; rostro trigueño y de pali-
dez extrema; su cabello negro, sedoso, y, á
pesar de su sombrero, pude ver que se hallaba
dividido en forma de bandean, prendido en su
nuca con un grupo de rizos; sus verdes y som-
bríos ojos estaban rodeados de negras pestañas,
asemejándose á un círculo de terciopelo.
Al fijar su vista en aquella desventurada
mujer que tanto me había conmovido, vi hu-
medecerse sus pupilas; ella tendió su enfla-
quecida mano y deslizó una moneda en la de
la niña; luego bajó presurosamente.
Quédeme perplejo ante aquella benéfica y
linda criatura; inmenso interés despertó en mi
alma ese ser que se me presentaba cual la ima-
gen del dolor y la tristeza.
66 LÁGRIMAS
III
Muchas mañanas repetí mi paseo por las
avenidas de . . . Muciías noches me sorpren-
dieron en el mismo paraje, y siempre en busca
de aquella visión encantadora.
Llegó ]\Iarzo. El día agonizaba; y como aquel
que ya nada espera, lentamente vagaba por un
retirado camino que se extiende á la izquierda
de la avenida principal. De pronto divisé á lo
lejos una pequeña forma humana; me detuve
á esperarla. Cuando se hallaba cerca, reconocí
en ella á la nina de los harapos, que en aquella
memorable tarde fué mi compañera de viaje-
La niña llevaba en sus manecitas una co-
rona de lirios y rosas blancas.
— ¿Ha muerto tu pobre madre? — le pre-
gunté.
— No, — me respondió con voz apagada.
— Entonces, ¿para quién llevas esas flores?
— Para la señorita.
— La señorita- . . ¿Qué señorita?
— La que vivía allá abajo. . .
Por mi mente cruzó un terrible pensamiento:
la triste verdad se presentaba.
— ¡Muerta!... ¿De qué murió? — balbucí
con ansia.
— Cuidaba enfermos y uno le contagió el
mal.
— ¿Qué mal?
LÁGRIMAS 67
— El mismo que tione mi madre: tisis.
— ¡Quiero verla. . . verlamuerta! — grité vn-
loquecido; — yo también le llevaré (lores.
— No se puede ver: ella eslá en la tumba. . .
Cogí de la mano á la nina, y, echando á co-
rrer con ella en dirección al Cementerio, le
dije :
— Dime dónde descansa. . .
Llegamos; en la primera calle se detuvo, di-
ciéiidome: « Es aquí. » Sobre aquella fría tumba
caí de rodillas, y en medio de un torrente de
lágrimas, pude leer: «¡Silvia!. . .»
Este nombre lo llevaba yo en un relicario
deíde mis primeros años. Silvia había sido el
nombre de mi desventurada madre, de aquella
santa mujer que, por librarme de la miseria,
me entregó en manos de la divina caridad,
mientras mi padre luchaba defendiendo las
leyes.
¿Cómo había nacido tan violentamente en
mi corazón aquel respetuoso afecto hacia Sil-
via?...
Era que su aíma, purificada por la virtud,
tenía el fulgor de la santidad.
1900.
CELOS Y RENCOR
Para la distinguida escritora española
señora Eva Canel.
— Pero, tú deliras, — decía él desesperado ; —
tú sabes cuánto te amo y que en ti cifro mi
ventura; no me acuses, porque esa injusticia
me enloquece. . . ¿Desecharás esas dudas in-
fundadas?
— No lo sé. . . yo no iré jamás á fiestas; —
y decía esto destrozando sus guantes de baile.
— ¡Ir, para volver así!. , ,
— Vuelves así porque quieres; tú ves visio-
nes y me acusas cual si fuera un miserable.
— ¡Sí, veo visiones! ¿Visión es esa mujer
que en todas partes se nos presenta y siempre
sonriéndote? ¡Oh! yo no olvido, ni olviilaré ja-
más, que fué tu prometida durante muchos
años, y como ignoro las causas de tu rompi-
miento con ella, siempre dudaré; luego, para
dar fin á estos disgustos, nos quedaremos en
casa.
LÁGRIMAS 69
— Hija, te quedarás tú; yo no rehusaré in-
vitaciones por tus caprichos.
— ¿Dices que tú irás?. . . ¿tú irás sin mí?
— ¡Sí, iré! — gritó el marido exasperado; —
¡iré; tú no me lo impedirás!. . .
— No me importa; de todos modos. . . — con-
testó ella riendo diabólicamente.
— De todos modos. . . ¿qué? — replicó él im-
presionado por aquella risa.
— Nada; — y seguía riendo.
El se aproximó á ella; había durado dema-
siado la contienda: era necesario hacer las pa-
ces.
Todo fué inútil; los celos más horribles se
habían desbordado en el corazón de aquella
mujer, tan buena y tan dulce hasta entonces.
En el furor de su enojo, ella lamentó su
unión, llegando á decir á su marido que se
había unido á él amando á otro; que tan sólo
el despecho la hizo ser su espesa.
— ¡Mientes, mi adorada! — le dijo él, com-
prendiendo que mentía, y riendo para calmar
su ira.
— ¡Oh! no miento: ¡te lo juro!. . .
Aquel juramento oprimió el corazón del ma-
rido. Su mujer jamás había mentido; él tenía
que creer aquella horrible revelación. Sus la-
bios se soldaron y salió frenético de aquella
habitación jurando vengarse.
A los pocos días de aquel disgusto conyu-
gal, María recibió una carta de su esposo;
carta donde le anunciaba que su único hijita
rO LÁGRIMAS
pasaría á vivir con él, en el ala izquierda de
8U castillo, donde había hecho arreglar sus ha-
bitaciones.
Ella lloró amargamente, solicitando de su
esposo una entrevista. ¡ Quería decirle tantas
cosas!. • . ¡Ah! ¡qué horrible le era la vida ale-
jada de aquel hombre idolatrado! El compren-
dió que su mujer vencería y negóse á oiría.
Al leer la carta de María, se imaginó que lle-
gaban á sus oídos sus quejas, rogándole que
no le quitara su hijito, y ante sus súplicas y
lágrimas no estaba seguro de permanecer firme
en su resolución.
Desde el día que le faltó el niño, María se
encerró en sus habicaciones y pasaba días sin
abandonar su lecho, tal vez para ocultar sus
lágrimas á la doncella, único ser que la veía.
Una tarde, por casualidad, se aproximó á la
ventana y vio, por entre la celosía cerrada, que
su marido bajaba al jardín con el niño y que
ante? de pisar el último peldaño levantó la
vista hasta su balcón ; ella clavó sus ojos en
los de él y se estremeció.
¿El la veía?... No: había mirado por ca-
sualidad, no pasando por su mente la idea de
que su mujer le estuviera viendo. La infeliz
no lo creyó así, y en aquella mirada se imaginó
descubrir un mundo de esperanzas.
- ¡ Oh ! — se dijo para sí, — me busca; es que
se aproxima una fecha en que él no podrá ne-
garse á verme, á pesar de su enojo. ¡Yo no soy
un ser despreciable. . . no pesa sobre mí nin-
i
i
LÁGRIMAS 71
guna falta!. . . El jueves, dentrodeuna semana,
es el aniversario de nuestro enlace; también
es el día de mi cumpleaños. ¡Como ansio ese
día!. . . ¡Si fuese mañana!. . .
II
— Señor, he solicitado ver á usted para ha-
cerle presente que la señora está mala; hace
cuatro días que apenas prueba alimento; su
frente abnisa, y vehí toda la noche.
— Agradezco á usted el aviso; mañanad pri-
mera hora vendrá el facultativo. . .
— ¡Enferma!. . . — se dijo, emocionado, una
vez que se vio solo; — ¡enferma hace cuatro
días!. . . Hace cuatro días fué su cumpleaños,
también el aniversario de nue.etra boda. ¡Qué
feliz era esa fecha en otra época! ¡Con qué ale-
gría la festejábamos! ¡Oh! — murmuró deses-
perado, — todo ha muerto ya... entre ambos
existe una barrera invencible. . . ¡ Ah! si algún
día. . . pero no, ¡nunca!. . .
A la mañana siguiente vino el facultativo.
Conioera preciso salvar las apariencias, — ¿ para
qué enterar á un extraño de las intimidades
del hogar? — después de seis meses, Ricardo se
presentó en las habitaciones de su esposa. Ni
una mirada se dignó dirigirle; ella, en cambio,
con afán buscó muchas veces sus ojos.
Largo rato duró el examen médico. Después
72 LÁGRIMAS
de concluido, los dos hombres se encerraron
en un saloncito. María quiso saber qué mal
era el suyo, y envuelta en un peinador blanco,
se deslizó hasta la puerta para escuchar. Supo,
entonces, que estaba herida de muerte; su co-
razón estaba enfermo. . . muy enfermo, y á la
menor emoción ó sacudimiento cesaría de latir.
¡Qué le importaba la muerte! ¿acaso no era
preferible á la vida de martirio que llevaba?. . .
A pesar de haberle sido negadas muchas en-
trevistas que solicitó de su esposo, María hizo
otra tentativa; esta vez fué mis feliz: Ricardo
«onsentía en escucharla.
A las ocho de la noche franqueó la puerta
<1el estudio de su marido; aquella puerta que
tantas noches se esforzó por abrir, hoy sin re-
sistencia alguna le daba paso. Su cuerpo se
estremeció violentamente y sintió un horrible
pinchazo en medio del pecho.
Ya frente á Ricardo, le h¡¿o conocer sus de-
seos: quería tener su hijo á su lado, pues con
verla sólo un momento cada día, iba perdién-
dole el cariño, á tal punto que muchas veces
se negaba á visitarla.
— Yo no puedo separarle de mi lado, — res-
pondió él; — lo único que puedo hacer es que
pase toda la mañana con usted; el rtsto del
día y la noche serán siempre míos.
— Pero, — objetó ella conmovida, — el niño
dejará de amarme. . .
Él guardó silencio. María continuó:
— No insisto más: se cumplirá lo que usted
dispone.
LAGRIMAS
Luego se retiró murmurando quedo: — ¡Yo
no- le enseñaría á odiar á nadie, sino á amar
á quien debe!. . .
Él tomó como un reproche aquella queja.
¡Cuan cierto era que jamás se había preocu-
pado de enseñar á su hijo que amara á su des-
graciada madre! (pues como tal la consideraba,
convencido de su inocencia); él podía guar-
darle todo el rencor que quisiera y odiarla
hasta el extremo, pero no debía inculcar al
niño estos sentimientos impuros.
]María estaba ya en mitad del corredor,
cuando oyó un sollozo; se detuvo, y como
aquel llanto siguiera, se volvió hasta el estudio,
que era de donde partía.
Ricardo sollozabaamargamente, con los bra-
zos cruzados sobre el escritorio, y sobre ellos
apoyado su rostro.
Eila se dirigió hacia él; tendió sus brazos
hasta rozar con sus manos aquella cabeza ido-
latrada; luego le llamó por su nombre de pila.
Kicanlo enderezóse violentamente, y dando
con su cabeza en el pecho de su esposa, la hizo
caer; se apresuró á levantarla, pero ella estaba
ya de pie.
Quedaron im rato en silencio. El, con los
ojos fijos en ella, vio cuan pálido y demacrado
estaba su rostro, cuan hundidas sus sienes y
sus ojos. . . Ya no era aquella risueña mujer-
cita de mejillas sonrosadas, que en otros tiem-
pos llenó de encantos su hogar: hoy se le pre-
sentaba cual la imagen de sus remordimientos.
74 LÁGRIMAS
Jlaría rompió el silencio :
— ¡Oh!. . . ¿tú sabes que yo mentí?. . . Te
lo juro por nuestro hijito; yo, sólo á ti he
amado, Ricardo mío; mi estado te prueba las
heridas que ha hecho tu inju-to rencor en mi
corazón ; yo sé, tan bien como tú, que tengo un
pie en la tumba; yo le he pedido á Dios la
muerte; ya que tú no has tenido clemencia
para mí, ¿qué me puede im.portar la vida!. . .
El, delirante, la estrechó en sus brazos y
oprimió sus labios, sin advertir que de ellos
brotaba espuma rosada. La cabeza de alaría
cayó pesadamenLe sobre el hombro de Ri-
cardo. . .
La sentencia del médico se había cumplido.
1899.
ULTIMO ADIÓS!..
Doy gracias á Dios por haberme
dado recursos para soportar esta
pérdida; se ha cortado una ratrta,
pero el árbnl está todavía floreciente
y puede suplir á elli.
Felipe ii.
Despuntó su varia veste la aurora, permi-
tiendo entrever las hermosas campiñas en su
puave cuanto confusa claridad; con su balido
tristíóimo pretendía saludar la nueva alborada
el tierno y guacho borrego; apareció en el le-
vante el risueño sol; cesó el graznido funera-
rio y tétrico de la cantora nocturna; los pájaros
templaron sus instrumentos, entonando un
armonioso himno de alabanza al astro rey, el
concierto matinal continuo; tenue y fresco ce-
firillo del poniente soplaba, esparciendo eu
torno nuestro el delicado aroma de las marga-
ritas blancas, mientras que el viejo naranjo
abría sus perfumados botones entremezclados
con sus frutos de oro.
Comenzó la labor diaria, pero antes prepa-
ráronme el bruto que debía llevarme en mi
correría. Era éste un zaino de uno de los peones
76 LÁGRIMAS
de la estancia, un animal voluntarioso y por
más señas disparador del barro; prontos ya
y dejando á nuestras espaldas la tranquera,
nos pusimos en camino en dirección á una casa
que estaba en lo más alto de la cuchilla, ya
bañada por los rayos del sol. Con la rapidez
de la luz é impulsada por los fuertes latidos
de mi corazón, que concluyeron por darle
bríos al voluntarioso zaino, llegamos á los
pocos instantes al sitio deseado. . .
¡Diez años habían transcurrido!. . . diez años
que mis plantas no hollaban aquel suelo, antes
depositario de grandes alegrías; allí se deslizó
parte de mi niñez, y á la sombra de las aca-
cias blancas, de los pinos y de los paraísos
nacieron mis esperanzas y tomaron forma mis
más doradas ilusiones; en cada rincón latía
un recuerdo; en cada habitación en ruinas una
sonrisa inocente: todo se presentaba envuelto
en el velo del abandono, déla tristeza. Loque
en un tiempo fué albísimo nido de felicidad,
había pasado á ser una tapera olvidada. ¡Cuán-
tos sinsabores, cuánta amargura, agitaciones y
desvelos costó cimentarlo y darle lucidez, para
que ese obrero de los siglos llamado Tiempo,
en pocos anos concluyera con su existencia y
la de sus iniciadores!
Pedí valor para mi espíritu anonadado, y
recorrí palmo á palmo aquel pedazo de tierra
que, segura estoy, no volveré á ver jamás;
acaricié por úkinia vez el tronco, ya roído, del
rosal mimoso que perfumaba la ventana de la
LÁGRIMAS 77
habitación de mis padres ; besé frenéticamente
el Jugar predilecto de mis juegos infantiles, y
díles el adiós postrero á las acacias blancas,
muertas ya en brazos de la trepadora hiedra ;
de ésta cogí un gajo, y, dando con él en el
anca de mi bruto, nos pusimos de nuevo en
marcha.
Mas, al levantar mis ojos al cielo en señal
de gracia por haberme llevado hasta allí, per-
cibo que el Maciel me saluda, me hace señas
el Pantanoso, y llega hasta n)í, aí-emejándo.-e
á un vocerío estridente, el murmullo de los
Ahogados. ¿Me reconocerían acaso?. . . — Sí,
en su carrera y á la distancia, quisieron ve-
jarme, gritándome entre sarcásticas carcaja-
das: «¡Sal de ahí; eso no te pertenece ya!. . .»
Con la ligereza de la culebra cuando le pi?an
la cola, pretendí protestar con energía, pero
el gajo de hiedra se interpuso, señalándome
allá á lo lejos un eucaliptus, tánico quizás
que comprendía cuan grande era mi dolor en
aquellos instantes. En su cima estaba posado
un cuervo, el que con carino gritóme: «¡Deja
una lágrima sobre esas ruinas; da tu último
adiós y ven!. . .»
La hiedra no pudo acompañarme, pues en
el trayecto y con el precipitado galope perdíla ;
¡tal vez huyó, comprendiendo que á mi lado
FÓlo podía ser alimentada con el riego de mis
lágrima», las que la matarían, así como ella
había muerto mis acacias blancas!
1002.
SIBILA
Para ti.
Cuando Sibila bajaba la escab'nata de la ro-
tunda de la necrópolis, divisó la silueta de un
hombre que entraba por la calle principal; ca-
minaron unos pasos y luego cruzáronse en el
camino. Carlos pasó indiferente por su lado :
iba triste, taciturno; en una mano llevaba un
ramo de violetas, y en la otra un paraguas
abierto para resguardarse de la neblina que
caía. Ella, al encontrarse con aquel hombre
que hacía muchos anos no veía, tembló como
tiembla la débil hoja al menor soplo; sus páli-
das mejillas encendiéronse y, bajo el espeso
velo que cubría su rostro, rodaron sus lá-
grimas.
* Ya no es el joven de aquellos tiempos, — se
dijo para sí; — hoy es un hombre, pero siempre
gallardo, siempre. . . ¡Dios mío!»
Desechando amargos recuerdos que la ator-
LÁGRIMAS 79
mentaban, se alejó, como siempre, silenciosa y
triste.
Pasó una semana y se repitió el encuentro
de los jóvenes. Un mismo fin los llevaba á
aquel lugar; los dos, con diferencia de meses,
habían perdido á sus madres; ella llevaba el
luto hacía seis meses, él apenas dos semanas.
Ninguno de los dos hizo alto ante su nuevo
encuentro. Carlos ignoraba quién era la joven,
y siendo tan común hallar enlutadas en aquel
paraje, no reparó que era la misma de la se-
mana anterior. Sibila, en cambio, le conocía;
ella sabía quién era él, pero se mostró como
una extrafta, y sólo de lejos se atrevió á mi-
rarle.
Repitiéndose los encuentros, y en vista de
ello, la joven cambió de hora para visitar la
tumba de su madre. ¿Qué pasó entonces?. . .
El joven, impulsado por un sentimiento desco-
nocido, cambió también de hora.
Una mañana, fatigado después de un largo
é incómodo viaje, Carlos hizo la visita acos-
tumbrada á su querida madre, y después sen-
tóse á descansar en uno de los bancos del ce-
menterio; se leía en su semblante la profunda
pena que lo afligía: estaba pálido, y en sus ne-
gros ojos las lágrimas habían hecho estragos.
¡El había amado tanto á su madre!. . . Hoy se
encontraba solo, y nadie, nadie podía llenar el
vacío inmenso de su alma.
Ruido do pasos lentos le hicieron alzar la
cabeza. Sibila cruzó delante de él; la miró al
80 LÁGRIMAS
principio con indiferencia; pero luego, fijando
su atención en ella, no pudo menos de admirar
el porte distinguido de aquella mujer; pronto
la perdió de vista y luego marchóse sin pen-
sar más en ella.
II
—Toda la vida no ha de cubrir tu rostro ese
velo negro; yo admiraré algún día tu belleza,
yo oiré tu voz, yo te diré cuánto. . . cuánto me
interesas; no te conozco, no sé tu nombre, y
sin embargo me siento unido á ti; ignoro, tam-
bién, lo que puedo parecerte yo; sólo sé que
un dolor idéntico, un dolor inmenso nos ha
puesto en el mismo camino . . .
Así hablaba Carlos, paseándose agitado en
su estancia. Hacía un mes que su preocupa-
ción continua era Sibila.
Después de aquella mañana en que él fijó,
aunque distraído, su vista en ella por primera
vez, una tarde paseaba por una de las calles
del cementerio, cuando ahogados sollozos lle-
garon á su oído; miró hacia el punto de donde
partían, y vio arrodillada en una tumba á
una mujer que lloraba amargamente.— «¿ Quién
será?» pensó para sí, siguiendo á paso lento por
el camino de la salida. No había llegado á la
puerta, cuando Sibila pasó delante de él; fijó
en ella la vista y se dijo:
LÁGRIMAS 81
— ¡Linda figura de mujer! Es la misma que
lloraba tan apenada. ¿Quién será?. . . No es la
primera vez que la veo aquí.
Después de aquel día, Carlos siempre la
miraba al pasar por su lado, y muchas veces,
olvidando aquel lugar sagrado, volvía la cara
hacia atrás para mirarla.
En vano Sibila evitaba su presencia cam-
biando de hora: Carlos la esperaba siempre;
ella jamás le mostró que notaba su persecución.
Esa indiferencia, unida á los elogios del viejo
sepulturero, despertaron en el joven, primero
curiosidad, y luego interés.
— Si usted viera, mi señor,— decía el anciano
á Carlos, — ¡qué linda y qué buena es la niña!
Siempre se interesa por el bienestar de mi mu-
jer y el mío; ¡tenemos tantas limosnas recibi-
das de sus manos! Aquí se gana poco, y con el
invierno que vamos pasando, ¡qué sería de es-
tos pobres viejos si ella no los ayudase!...
— ¿Nunca te ha preguntado algo que se re-
lacione con mi persona? — preguntóle el joven.
— Sólo una vez parecía que me hablaba de
usted; recuerdo que me dijo:— «José, si alguien
llegara á preguntarte si pertenezco á la fami-
lia dueña de esa tumba donde descansa mi ma-
dre, di que no, pues dirás la verdad ; y, si
por acaso desculjres mi nombre, no lo digas á
nadie. , . á nadie, ¿oyes?» Yo comprendía que
al decir nadie, ella sólo se refería á usted.
— ¿Porqué ese misterio? — se preguntaba el
joven con amargura.
82 LÁGRIMAS
¿Y qué se decía Sibila cuando pensaba en
Carlos?. . . ¡Ah, tanta. . . tanta cosa!. . .
Ella le amaba hacía tiempo; él había sido su
único amor; él, su Carlos, por quien había
Juchado anos enteros contra la más cruel é
injusta oposición de su madre, de aquella
madre que soñó verla unida, no á aquel niño
de cabellos rizados como era entonces el joven,
sino á un hombre inmensamente rico que po-
día ser su padre.
III
Por el camino que baja al mar, á la izquierda
de la necrópolis, iba con paso apresurado una
mujer de luto. ¿Qué objeto podría llevarla
con aquella tarde horrible á aquel paraje tan
solitario y peligroso? Indudablemente era la
primera vez de su vida que sus delicados pies
hollaban aquel camino áspero, lleno de zanjas.
Resguardada de los vientos y de las olas del
mar por dos inmensas rocas, había, al final de
aquel camino, una humilde y vieja casita. La
enlutada llegó áella y llamó á la puerta, acu-
diendo á su llamado una anciana.
— ¡Se muere, se muere mi José! — murmuró
la pobre vieja, en tanto que conducía á la vi-
sitante al interior de la casa.
La recién llegada, con paso lento se dirigió ai
dormitorio del anciano moribundo. En ese ins-
LÁGRIMAS 83
tante un hombre se disponía á dar al enfermo
la poción recetada por el médico,
— Ayúdeme, señora, — dijo el enfermero, cre-
yendo que la que entraba era la anciana.
La mujer reconoció aquella voz; sintió co-
rrer un frío por todo su cuerpo; pero resuelta
se aproximó al lecho, levantando la cabeza
del enfermo para que bebiese.
Una voz, ronca por la emoción, dijo muy
quedo: — ¡Sibila!. . .
¿Qué pasó después?. . . Ella quedó mustia,
silenciosa, con los ojos fijos en el suelo; él, si-
lencioso también, la miraba con asombro, y de
sus ojos brotaron algunas lágrimas. En un se-
gundo, aquel hombre, que había sido bastante
ingrato con la joven olvidándola, recordó el
pasado: la imagen querida de su madre muerta
se le presentó; le parecía sentir sobre su ca-
beza su cariñosa mano, como cuando le acari-
ciaba para calmar la pena que le causaba aquel
amor contrariado.
También á la mente de la joven acudió el
recuerdo de su difunta madre; y ese recuerdo
fué tomando forma, pero forma distinta á la
que había tomado la madre de Carlos.
Sibila vio la figura altanera de f^u madre
que la asediaba con enojos; creyó oir su voz
demandándole una explicación por su presen-
cia allí, ante aquel hombre que había odiado
en vida por haber sido él quien contrarió sus
planes; y la joven, lanzando un grito des-
garrador, cayó de rodillas, ocultando su ros-
84 LÁGRIMAS
tro entre las miserables ropas de aquel le-
cho.
Entretanto el moribundo levantó la cabeza;
sus ojos, inmensamente abiertos, ya casi sin
luz, se posaron en Sibila, luego en Carlos; ten-
dió su brazo hasta poner su crispada mano
sobre la cabeza de la joven, y haciendo un úl-
timo esfuerzo, con su otra mano estrechó las
de Carlos.
El peso de aquella mano helada estremeció
á la joven, haciéndola erguirse con violencia;
miró atónita al anciano y preguntó á Carlos :
— ¿Muerto?. . .
— Sí, — respondió el joven emocionado. —
¿Has comprendido sus deseos?. . . ¡Cumplamos
su voluntad!... ¡En su tumba ha renacido
nuestro amor!
19.0
EL BESO DE JUDAS
]Marta de X. , . pertenecía á una antigua y
distinguida familia. Arruinada su madre des-
pués de su viudez, se había dedicado ella misma
á instruir y educar á su hija, pues sus escasos
recursos apenas le alcanzaban para vivir.
La joven contaba unos veinte anos, y con
la fe y poca experiencia de su edad, creía á
sus amigas sinceras y buenas como era ella.
Una noche fué á casa de su predilecta
amiga Erna Q. . .; ésta se hallaba de sobre-
mesa aún; pero, dada la amistad que existía
entre ellas, la joven, sin hacerse anunciar, llegó
hasta la puerta del comedor. Ya iba á pene-
trar en él, cuando un viejo criado salió á su
encuentro diciéndole:
— Perdone, señorita, pero espere: voy á
anunciarla.
— No hay necesidad,— contesta ella riendo;
— guarda las ceremonias para otras: para mí
están de más.
86 LÁGRIMAS
— Lo sé, señorita; pero mire. . . yo no desea-
ría. . . ¿Oye cómo ríen?. . .
— Sí: ¿tiene algo de particular?
— Que rían, no, señorita ; pero, escuche. .. no
entre : se van á sorprender.
— Dime, ¿has perdido el juicio, Juan, ó te
han dado orden de no dejarme entrar?. . .
La joven aquí cortó el diálogo é iba á en-
trar, cuando de nuevo el viejo y fiel criado la
detuvo, repitiéndole:
— No entre, mi señorita ; escuche cómo ha-
blan y ríen; perdone, pero mis señores se bur-
lan de usted ; dicen que su cuadro. . .
El criado no dijo más, pues se oyeron pasos
de alguien que se aproximaba.
Marta penetró entonces en el suntuoso co-
medor algo desconcertada, pues las palabras
de aquel viejo criado, que antes había servido
á su familia, á pesar suyo se habían clavado
en su corazón como saetas.
— Te esperaba con impaciencia, — le dijo
Erna abrazándola; — creía que hoy me faltaría
la dicha de verte á mi lado.
Marta la miró con atención. Su semblante
estaba encendido y sus palabras salían con-
fusas de sus labios; los demás de la rueda es-
taban perplejos.
¡Pobre joven! Comprendió que no había sido
engañada. El criado era más sensato en medio
de su ignorancia, pues le había querido evitar
un disgusto que aquellas falsas amigas le pre-
paraban, burlándose de un cuadro suyo que
LÁGRIMAS 87
estaba sobre el sofá, y que esa tarde le ha-
bía mandado a Erna para que le hiciese unas
pequeílas correcciones. Ella no tenía profeso-
res, pues era muy pobre, y gracias á su afición
y talento había aprendido á manejar con arte
el pincel. Es cierto que su amiga solía dirigirla,
pero esto no hacía que sus obras fueran de mé-
rito: el mérito se lo daba ella sola.
Después de varios segundos, dijo la señora
dirigiéndose á la joven y señalándole el cua-
dro:
— Está soberbio, Marta; es la obra más linda
que has hecho: ¿por qué no lo exhibes?. . .
— ¡Qué ocurrencia, señora! Xo vale nada y
sólo la sincera amistad de usted puede verlo
soberbio.
Estas palabras, dichas con naturalidad, hi-
cieron su efecto; la joven lo comprendió, viendo
cierta turbación en sus amigas; luego dijo,
riendo con ironía, ironía que jamás había
puesto en juego:
— ¿Exhibirlo?... ¡ Qué locura !.. . ¿No es
un mamarracho ?
Todas guardaron silencio : sospechaban que
algo había oído al entrar.
El resto de la velada se pasó tocando el
piano y cantando.
83 LÁGRIMAS
II
Después de muchas noches, Marta volvió á
casa de sus amigas. Fué recibida por éstas con
manifestaciones y frases de cariño; pero des-
graciadamente ya no llegaban esas lisonjas al
corazón de la joven.
— i Cuántos días sin venir! — le dice Erna con
fingida tristeza.— ¿ Has estado enferma, querida
mía?... Ahí están tu pincel y tu lienzo llamán-
dote; poco adelantarás así, y la maestra puede
enojarse.
— ¿Te parece á ti eso?. . • Pues mira, no he
perdido el tiempo: tu discípula se ha vuelto
muy audaz, y para probártelo vengo á buscarte ;
tenemos que ver algo.
— ¿Sí, es tuyo?. . .
— No sé, curiosa; ponte el sombrero y va-
mos.
Erna no se hizo de rogar, y á los pocos mi-
nutos estaban lejos de su casa y próximas á
la exposición de cuadros de la calle Florida.
— Entremos, — dijo Marta ya en la puerta.
— ¿Cómo? ¿es aquí donde está la sorpresa?
— Sí; entremos.
— ¿Y qué me vas á mostrar?
— Esto... ¿te gusta, querida mía?...
— / El beso de Judas ! . . . ¿ Tú lo hiciste ? —
dijo Erna leyendo la firma de un hermoso
cuadro.
LÁGRIMAS 89
— Sí, y lo he hecho para ti.
— Lo expones. . . ¿No temes á la crítica?
— ¿ La crítica, dices? Si ella es portadora de
un sano consejo; si por medio del precioso arte
pictórico se me indican los defectos de que
pueda adolecer este mamnrracho, la aceptaré
gustosa y agradecida; pero si esa crítica no
tiene fundamento artístico, si sólo la guía el
móvil de herir, de pretender ridiculizar por
el solo hecho de ser su modesta autora una
aíi^'ionada, e¿a crítica sólo reposará en la
maledicencia y formulará reproches que me
enaltecerán ante los ojos de mis iguales, ha-
ciéndome decir para mis adentros: «Mientras
los perros se entretengan en destrozar esa tela,
mi pellejo se verá libre de la herida de sus
colmillos;» es el primer trabajo al óleo que
hago, y será el último; no dudo que llamará
la atención el capricho mío por haber elegido
un pasaje de falsía para obsequiar á una
amiga; el qué dirán los demás, nada me supo-
ne ni aflige. Yo sólo deseo, — agregó después
de una pausa, — que tú comprendas su verda-
dero signiScado.
1S09.
TRINIDAD
Nacer.
Nace el sol, y eu su invariable carrera le
acompañan los astros todos. Nace el día: nos
brinda su luz, nos ofrece sus alegrías. Nace la
flor: despliega su corola para deleitarnos con
sus perfumes. Nace el árbol: crece y espera
su lozanía. Nace el cariño indefinible de la
virtuosa madre junto á la cuna del infante,
y por instinto de sangre, surge un nuevo na-
cimiento: el cariño filial, que rara vez corn-
pensa y reconoce la grandiosidad del primero.
Nacen las ilusiones róseas, las ansias, los de-
seos y las coloridas y risueñas esperanzas, y,
en pos de éstas, también nacen la duda, el en-
gaño, el dolor, la infamia, la traición ; y surgen
las tinieblas, las aterradoras sombras que ocul-
tan con su invisible túnica, ilusiones de otrora,
recuerdos dulces y... pesares que afligen y
matan ocultamente.
Sólo la esperanza irradia el alma aun en
instantes de desolación; pero ¡cuántas veces
LÁGRIMAS 91
fuera preferible no haberla conocido ! . . . pero
para ello fuera menester no haber nacido.
Vivir.
Vive Dios ; ¡ y cómo dudarlo, aunque muchos
han osado probar su inexistencia ! Esos muchos
tan sólo han llegado á estrellarse en falsas
teorías, absurdas suposiciones y descabelladas
hipótesis. Vive la flor fragante y bella, y luego
nos ofrece su fruto y semilla. Vive el frondoso
árbol, y nos guarece bajo su verde ramaje. Vive
la madre cariñosa, y junto á ella el adulto
esperanzado, con placentera soniisa en sus
labios, con brazos fuertes para soportar las
luchas y trabajos de la vida ; con un cerebro
ardiente y claro para meditar, y un corazóu
para sentir sensaciones por lo santo, por lo
noble y por lo caballeresco. , . Viven la cari-
dad, la conmiseración, la gratitud, la compla-
cencia. Viven la ingratitud, el egoísmo, la en-
vidia, la calumnia, la hipocresía y las grandes
bajezas, con un antifaz que les oculta toda la
perfidia que han derramado en su camino, es-
perando el consabido perdón, para luego aban-
donar la vida. Y, para vivir confiando en la
careta que más tarde cubrirá tanto bochorno
y desvergüenza, sin haber dejado una sola
semilla de virtud; para vivir esperanzados en
una ventura, en la paz que rinde al fin todo
í
92 LÁGRIMAS
dolor inmerecido, más valiera no haber vivido
jamás!!
MORTR .
Muere el sol. IMuere el día, y con él mueren
profundas ideas, pensamientos luminosos, in-
finitos encantos, esperanzas, ilusiones róseas.
Muere la noche, y muere esa infinidad de
mundos centellantes que la acompañan.
]\Iuere la virtuosa madre, dejando en su su-
cesor las bondades, su cariño, sus virtudes.
Su jornada ha terminado, pero lleva la satis-
facción del deber cumplido, pergamino ideal,
valioso, que le basta para recibir de Dios el
agasajo que brinda á aquellos que en la
tierra no han quebrantado sus máximas re-
trocediendo hacia lo impío. . . Los huracanes
desgajan el frondoso árbol; y su tronco desnu-
do muere roído por el tiempo. Muere la flor,
y su fragancia muere también perdida en ios
aires... ¡Y allá en la tumba helada, van á
morir todos los vicios, todas las infamias; y
allá en la tumba helada, van á morir todas las
ingratitudes, todas las falsías, toda la perfidia !
1902.
UNA VENGANZA
Allá en lo n!to de la cuchilla había una
caca de negocio conocida eu los alrededores
por la pidpeiía del Bonito. Era su dueño un
italiano con pretensiones de criollo, viojo bona-
chón que pisaba los setenta años de edad. Sus
grandes patillas blancas y una festiva c;;ra ccn
picarescos ojos muy azule?, que siempre tenía
en juego, dábanle un a-pecío gracioso y atra-
ytnte. Era además hombre correctx) en sus ne-
gocios, afable en su conversación y vimio
abierta para todos los desgraciados que á sus
puertas llegaban en busca de un socorro.
Cuando algún menesteroso se presentaba en
8U tienda solicitando sus auxilios, nuestro
hombre lo contemplaba primero con mucha
atención, y después de oirlo con marcí\do in-
terés, tomaba un aire de gravedad, y acari-
ciando sus luengas patillas, decíale en mal
castellano:
— Mira, si vienes á pedirme porque sí se-
ñor, sólo te daré un buen plato de comida; pero
si eu realidad no trabajas porque no hallas
94 LÁGRIMAS
en qué ocuparte, pasa al fondo y te daré algo;
te entretendrás envenenándome una jmrtidiia
de cueros, y si tu inteligencia no te da para
eso, te pones á desgranar maíz. Conque ya sa-
bes: queda á tu gusto el trabajo, y manos á
la obra!
Un primer domingo de mes, y después de
las carreras del día, en que un joven estanciero
vecino de la pulpería y de fama bien senta-
da en el 2?a^o, le había corrido un potrillo ma-
lacara á don Bonito, obteniendo el premio,
que consistía en cinco doblones, se festejó el
triunfo con un baile, para cuyo efecto se in-
vitó á los vecinos más próximos. Llegó la hora
señalada para la fiesta; el baile comenzó al
compás del acordeón y una bien templada gui-
tarra.
Vistosos trajes lucían las jóvenes: el ahni-
dón estaba en su apogeo. Cuando la música
cesaba, se oían los ayes del percal y la cretona
de los vestidos almidonados, que parecían de
papel; pañuelos de seda punzó y celeste, ador-
naban los cuellos de las muchachas, y en sus
negros cabellos no faltaba la mona del color
de su divisa.
En la pieza contigua á la sala tenía gran
tarea don Bonito, destapando botellas que él
llamaba de « vero vino d'Elba ». No faltó quien
insinuase á don Bonito que debía obsequiar
á las damas, y atendiendo la indicación, tomó
una bandeja, donde colocó tres vasos, una bo-
LÁGRIMAS 95
tella de licor de rosa y una jarra con agua;
recorriendo la sala con todo esto, hacía beber
á todas la dosis que les presentaba. Inútil me
parece decir que en aquellos tres vasos bebió
la veintena de mujeres que allí se encontra-
ban, y que el resto del agua que dejaba cada
una, iba á parar al piso de ladrillo.
Entre la mayor alegría continuaba el baile;
los únicos que de vez en cuando protestaban
eran los pobres músicos, pues ya estaban exte-
nuados y rendidos de sueño; pero la reunión
no pensaba en dispersarse. De pronto, y en
momentos en que se daba fin á un pericón
con relaciones, se sintió el galope de un ca-
ballo que venía por el camino real. Dos pai-
sanitos abandonaron la sala y se dirigieron
á la enramada, algo recelosos por el galope
aquél y para saciar su curiosidad, propia de
la gente de campo.
Tres detonaciones seguidas una tras otra,
interrumpieron el baile.
¿Qué había ocurrido?
El jinete que momentos antes pasara á todo
galope por el camino real, á una distancia
prudente de la pulpería había cortado campo
para llegar hasta ella sin ser visto; en seguida
se bajó del caballo y se acercó á la casa ca-
minando por el maizal. Era éste un paisanito
de veinte años, de tez bronceada, nariz algo
aplastada y abierta, ojos vivaces muy negros
y pequeños, pómulos salientes y cabello muy
obscuro.
OG LÁGRIMAS
Cautelosamente llegó á la enramada, ocul-
tándose tras de una pila de leña; allí per-
maneció qn acecho hasta que cruzó á pocos
pasos de él otro hombre, joven también, de
rostro altanero, con modales de aristócrata,
aunque vestido con traje de campesino. Al
verle, el paisanito desenvainó su daga y, de
un salto, la sepultó hasta el mango en su
pecho, diciéndole: «¡Llegó la hora!»
Los otros paisanos que habían salido por cu-
riosidad al oir el galope del caballo, viendo
aquella escena, sacaron sus armas de fuego
y las descargaron sobre el asesino; pero éste,
con la misma rapidez con que cometiera el
crimen, saltó sobre el lomo del potrillo de don
Bonito, que estaba ensillado, y aflojándole
las riendas, fué á perderse entre las sombras
de la noche.
Á media legua de la pulpería del Bonito es-
taba situada la estancia de «Las Acacias»; el
hijo menor de su dueño, estaba al frente de
ella. Criado aquél en la opulencia, y acostum-
brado á imponerse, por no haber encontrado
nunca resistencia á su voluntad, se había con-
vertido casi en un déspota, tratando á sus peo-
nes, y particularmente al más joven de ellos,
que tenía por apodo el indio, con duras pa-
labras. Una tarde, en una gran hierra, porque
el indio no se apresuró á servirlo, cruzóle la
cara con la azotera de su rebenque. — «Me
vengaré», dijo para sí el ofendido.
LÁGRIMAS 97
Dos años habían transcurrido, y en el co-
razón del indio ardía más y más la sed de
venganza. Quiso la mala suerte que llegara á
aquellos pacjos, en compañía de su familia,
una joven de humilde cuna, pero de extraor-
dinaria belleza. El indio, que no había ama-
do hasta entonces, sintió por ella todo el fue-
go de una pasión sin límites; mas, ¡ay! que
también su jjatrún, con un fin nada noble,
dio en cortejar á la joven. Esta, alucinada
por su posición y sus maneras, fijó sus mira-
das en él. — *El indio poco vale, es feo y sólo
tiene un triste salario,» se decía para sí.
El patrÓ7i \e hacía buenos presentes; mon-
taba los caballos más lindos de todo el ijago,
y ella lo conocía desde lejos, porque cuando
asomaba en la cuchilla, brillaba con el sol la
2ylata de su recado.
Mientras el indio perdíase entre las sombras
de la noche, después de haber vengado sus
ofensas, su j9a¿?'ó» yacía inmóvil, tendido sobre
un charco de sangre, bajo la eni*amada; junto
á él veíase una mujer pálida, horrorizada ante
aquel cuadro, y el silencio de aquella noche era
sólo interrumpido por los sollozos de un an-
ciano: era el dueño de la pulpería del Bonito.
1902.
BREVES
Una mujer inteligente, educada y noble, es
carga demasiado pesada para un hombre tri-
vial, necio y vano; una mujer ignorante pesa
á todos y á veces hasta á sus mismos padres.
Donde nace una infamia ; donde vive la fal-
sía, la traición ; donde muere la dicha y la tran-
quilidad, ahí está disfrutando una mujer!
La mujer que fué hecha por el cielo para
lo noble, lo grande y santo, al trocar su mi-
sión en la tierra sembrando la discordia y el
mal, de criatura humana se transforma en
reptil,
¡ Qué largo parece el tiempo que nos separa
de la ventura anhelada, y qué breve el que
nos lleva á un dolor!
¡Cuánta ventura encierra el mundo de los
sueños! Dormidos, vivimos en otra vida; des-
piertos, nos rodea la tosca realidad ; lo que más
respeto me infunde, es el sueño ajeno.
LÁGRIMAS 99
Quien cree en la existencia de un Ser Su-
premo; quien se rinde á la fe de sus Evange-
lios, no puede abrigar en el alma un solo sen-
timiento de maldad.
Muchas y muchas veces se llora bajo las
sagradas bóvedas del templo, postrado ante
la cruz é impulsado por el grandioso senti-
miento de la fe; y muchas veces, allí mi?mo se
ríe, al compás de los agitados golpes que al-
gunas mujeres se dan en el pecho.
Los que al hablar de la mujer lo hacen con
ridículo énfasis, desconociendo sus muy mu-
chas virtudes, debieran, antes de pretender
mancillar su sexo con torpes banalidades, ■pen-
sar que lo único verdadero y legítimo que tie-
nen es la madre.
Si Dios, al formar el Universo, les dio á al-
gunos hombres talento, sin otorgarles el mono-
polio de éste, y á las mujeres las coronó con
las espinas del sufrimiento y de la resignación,
faltándoles á los unos lo que les sobra á las
otras, ¿en qué consiste la equívoca cuan tonta
pretensión de la superioridad de los primeros
sobre las segundas?
Muchos hombres, al oir hablar de las bue-
nas cualidades de la mujer, hacen muecas de
disgusto ; otros muchos se enfadan, y los más
se muerden la lengua impulsados por la mez-
100 LÁGRIMAS
quina condición llamada personalismo mascu-
lino.
Juzgar á las mujeres eu general con dureza,
es el privilegio de los grandes ignorantes:
fuera lo mismo que llamar asesinos á los hom-
bres todos, por un crimen cometido,
Ko son cantidades el dolor, el cariño y to-
dos los sentimientos, por no ser susceptibles
de peso y medida; por lo tanto, es asaz aven-
turado, sin que medie el convencimiento, lla-
marlos fingidos,
Xo se es mejor religiosa por las muchas ve-
ces que se penetra en un templo. ¡Cuántas hay
que lo visitan con bastante frecuencia y en
cada una de esas visitas lo profanan con la
crítica, la mofa ó prestando oídos á las pala-
bras de sus galanes!
Existe demasía de cinismo en ciertas muje-
res al tratar de títeres á los hombres que tie-
nen la debilidad de festejarlas, si luego han de
recibir en público sus ofensas y hasta sus bur-
las con la más exquisita satisfacción.
La ostentación de una bajeza, así como Ja
audaz mofa hecha á una mujer, son la prueba
convincente de la obscura estirpe de su autor.
No todo lo que nos brinda un gran placer
LÁGRIMAS 101
es una felicidad, ni todo lo que nos ofrece un
gran dolor es una desgracia : lo primero puede
arrastrar hondos sinsabores, en tanto que lo
segundo puede servir de lección inapreciable
para el futuro.
Aquellos hombres que por mero placer ó
falta de delicadeza dan pasos en falso, debie-
ran mirar bien á fondo si con ellos no compro-
meten á la mujer que, ante la sociedad y por
sus méritos y condiciones, es digna de toda
estimación.
Si en el criterio de ciertas mujeres no penetra
luz suficiente para librarlas de actos ridículos,
debiera existir más caridad en los hombres
que pueden remediar esas faltas.
Una decepción, por menos cruel que sea,
es un ¡ alerta ! para lo sucesivo.
No son los muchos anos los que algunas
veces sirven de maestros, sino los actos de
aquellas personas con que se tropieza en el
camino de la vida.
¿ No les fuera mejor á ciertas mujeres co-
meter menos pecados que confesarse tan á me-
nudo?
Querer arrancar la dicha á una mujer de
irreprochables condiciones, por medio de actos
102 LÁGRIMAS
vergonzosos y bajezas, es medir con metro muy
corto la cultura é inteligencia del hombre que
se pretende.
Los que miran en el matrimonio el interés
del vil metal, haciendo caso omiso de las vir-
tudes, debieran llamarse, en vez de preten-
dientes: *Bons viveurs».
Pecar con la esperanza del perdón, es pro-
fanar la ley del cielo.
La caridad verdadera no consiste en la os-
tentosa limosna dada en público al meneste-
roso: debe extenderse, emanando del alma,
á todas las miserias de la vida.
Sobre los favores concedidos, el velo del
olvido.
¡Cuántas veces se busca, tras de la corona
nupcial, el talego de oro! Los que así proce-
den están sujetos á dos voluntades: á la de
su mujer y á la del dinero.
Quien á sí mismo no se ama, mal puede amar
á sus semejantes.
Es indudable que el dinero puede ser factor
importante para la felicidad ; sin embargo, mu-
chas fortunas no alcanzan para llenar el va-
cío del alma de aquellos que la poseen.
1902.
UNA RELIQUIA
En la muy histórica y reconquistada ciudad
de San Fernando de este suelo uruguayo,
existía en su única iglesia, y quién sabe desde
qué fecha, un San Antonio de Padua, con-
feccionado en el país de los hicas, entre el
oro y la plata del Cuzco, que no alcanzó á sa-
tisfacer al ambicioso Pizarro ; donde llegan las
brisas del profundo y bravio Pacífico, que se
agita rumoroso, altivo y potente; bajo el claro
cielo que cobijó al último y noble soberano
Huaina-Capac y á sus infortunados descen-
dientes Atahualpa y Huáscar; en la hermosí-
sima ciudad cuyas riberas son bañadas de
continuo por el poético Rimac. Allí recibió
nuestro San Antonio la primera veneración, la
primera plegaria, y allí también quizás hizo su
primer milagro. Esta imagen no es una obra
de arte: hecha de un tronco de madera dura,
y que por su misma dureza el tiempo no ha
corroído, no desmiente su antigüedad; pero
¡loado sea el autor español que pudo en aque-
lla época, en que de fijo no tendría herramien-
tas adecuadas para lucir todo su ingenio, en-
104 LÁGRIMAS
galanar al santo con una tan festiva como
graciosa carita, que hasta hoy conserva con
la misma frescura del primer día!
Cómo llegó á nuestra patria y quiénes lo
trajeron, no sabría decirlo; pero es de suponer
que fuera traído en alguna expedición española,
siendo donado á la iglesia referida, donde per-
maneció hasta que hubo llegado el bochornoso
día del 28 de Octubre de mil ochocientos seis,
fecha en que una fuerza del ejército británico,
procedente del Cabo y al mando del teniente
coronel Juan Jaime Backhouse, se apoderó
de la ciudad de San Fernando, convirtiendo su
iglesia en cuartel general y «saqueando y
cometiendo con su vecindario todo género de
actos reprobados por el derecho de gentes y
la moral pública (i).»
El reverendo cura párroco en aquel en-
tonces, temeroso de que se apoderasen de las
reliquia-i sagradas, dándole á San Antonio por
vivienda el coloso Plata, antes de efectuarse
el atropello al templo católico, repartió entre
las familias oriundas de laciudati, las imágenes
que adornaban hasta entonces la iglesia. Cúpole
la suerte de recibir á San Antonio, á la vir-
tuosa seüora doña María Estremera, quien lo
libró de la furia de los invasores y retuvo en
su poder hasta que se presentó la oportunidad
de traerlo á la capital, donde hace más de
(1) Orestfs Ai-aújo: Diccionario Popular de Hiatoria
de la República O. del Urugvay.
LÁGRIMAS 105
tres cuartos de siglo que se hospeda, y aunque
lejos, muy lejos de su albedrío, no por esto
deja de hacer sus milagros; sin exigir, para
otorgar los pedidos que se le hacen, manuscri-
tos de buena ó..., mala caligrafía; razón por la
cual tiene nmchos devotos fervientes, que en
su fausto día le visitan, suplicando sus buenos
auspicios para la pronta y muy eficaz reali-
zación de sus anhelos y esperanzas ; y si en
alguna condición supera á otros santos, es en
la de que no siendo partidario de la dovoción
con interés, se abstiene de conceder á sus de-
votos tan sólo dos cosas: novios y dinero.
1902.
UNA PROMESA
Pura mi padre,
HILDA
Era una de esas tardes en que á la bóveda ce-
leste no la empañaba ninguna caprichosa nu-
becilla ; tarde tranquila, en que sólo se oía el
murmullo de la corriente del río acompañado
del triste canto del zorzal que, sallando de
rama en rama, buscaba donde pasar mejor la
noche; el horizonte, cubierto con su manto de
grana, daba las últimas señales de un hermoso
día de primavera.
Sentada en una roca, junto á la orilla del
río, se hallaba una joven ; era esbelta, de porte
distinguido, de tez morena, pálida y de ojos
negros. Vestía elegante túnica blanca.
Sus grandes y hermosos ojos, fijos en la co-
rriente, y su pensamiento lejos... muy lejos
de allí; su rostro, un tanto demacrado, indi-
caba días de horrible lucha, noches de insom-
nio y sufrimientos.
LAGRIMAS 107
De pronto, retumbó en el bosque el lejano
estampido de un tiro de escopeta.
La joven se puso de pie, miró á izquierda y
derecha, y no viendo á nadie, volvió á sen-
tarse; pero breves instantes después, sintiendo
ruido de pasos que se aproximaban hacia ella,
volvió el rostro, y fué gran Je su sorpresa al ver
cerca de ella un joven cazador.
Bajando con presteza <le las rocas, quiso
huir; pero era tarde.
El joven llegó hasta ella y le tendió la mano;
luego, arrancando del fondo de su corazón
profundo suspiro, exclamó:
— ¡Hilda!. . . Hilda, ¿vos así?
— Sí, — replicó ella;— ¿qué hay?
— Seis meses han transcurrido sin vernos,
sólo por vuestros caprichos; y ¿é?te es el reci-
bimiento que me hacéis?. . . Dicen que el pri-
mer amor jamás se olvida, que vive firme en
nuestra memoria y deja profundas raíces en
nuestro corazón; si me amabais tanto y vues-
tro amor era el primero, como me lo asegura-
bais, 03 suplico que me digáis si alguna vez,
por ventura, me recordasteis después de nues-
tra última separación. ¿Nunca visitan vuestra
mente los recuerdos de aquellas horas de di-
cha inmensa, que juntos pasamos? ¿ por com-
pleto lo habéis olvidado todo, todo. . . mientras
yo lo conservo aún en mi corazón con el ardor
y firmeza del primer día?. . .
— Lo pasado, — dijo ella con serenidad, —
¿quién lo recuerda?
108 LÁGRIMAS
— Bien me lo habían dicho : jamás me amas-
teis; fingisteis un amor por mero capricho, pro-
pio de vuestra edad, y, tal vez, por no ser me-
nos que vuestras inseparables amigas : ¿ verdad?
¡Lo sé todo, hace tiempo! ¡Me engañasteis, me
colocasteis alas para remontarme á lo ideal, á
un mundo de venturas y esperanzas ; y yo os
creí, porque os amaba con la fe con que se ama
á Dios, con esa fe sublime que todo lo idea-
liza! . . . Cuando me visteis alto . , . muy alto, os
dio pena mi credulidad, ó tuvisteis miedo, cre-
yendo, sin duda, que mi inmenso amor hacia
vos usaría de derechos que os quitaran la li-
bertad, y culpándome por una ligereza de mis
años, sin una explicación, sin una queja, huís-
teis de mí, viniendo aquí junto á vuestra ma-
dre, üo á llorar una pena, sino á expiar vues-
tro gran pecado. ¡Os fui infiel, os engañé apa-
rentemente, sólo un día!. . . Si por esto me veo
castigado con crueUlad, ¿qué merecéis vos. . .
vos que me hicisteis vivir soñando con uu
mundo de delicias, enloqueciéndome con men-
tido amor, cuando, ¡ay! jamás pensasteis amar-
me?. . . j Cuan tranquila me escucháis! No vie-
nen á vuestros labios palabras de excusa ó
defensa. ¡Oh, nada os impresiona! Las rocas
se estremecen y empapan en lágrimas del cielo
cuando la ruda tempestad se desencadena so-
bre la tierra; á vos nada llega á conmoveros;
los dolores ajenos no hallan eco en vuestro co-
razón; ¡ay! ni el fuego de mi pasión inmensa
templa vuestra helada alma; ¡no sois mujer,
LÁGRIMAS 109
no sois nada. . . sólo sois humo. . . humo del
fuego del infierno ! . . .
— ¡Cuan lejos habéis ido! -dijo la joven
con temblorosa voz; — mas, todo lo perdono.
¿No creéis que os he adorado con toda la fuer-
za de mi alma y que aún os a. ...?.. . pero
no, — replicó con delirio, — [ olvidadme. . . mas
no demasiado pronto ! . . .
Diciendo estas palabras, corrió con velocidad
hacia su casa. El, en el colmo de la ira y el
de-sprecio, la dejó alejarse, mirándola y riendo
sarcásticamenle.
LOCA
Pocos meses despué.^, Hüda .^e hallaba en
el balcón de su casa. Era el anochecer. De
pronto miró hacia el suntuoso vestíbulo, donde
sus padres estaban sentados en mullidos si-
llones, contemplando gozo.'íos á sus pequeños
hijos, que jugaban á su lado. Por las mejillas
de la joven se deslizaron gruesas lágrimas, y
con voz quejumbrosa se dijo para sí : « ¡ He ahí
á lo que está reducida toda mi dicha ! . . . >
Dio la espalda á tan deliciosa escena y si-
guió de esta suerte: «¡Qué vale para mí la
opulencia; qué vale el clamoreo de esa ola
mundana que me admira y adula; qué vale
toíio . . . to<lo, si vivo muriendo ! . . . ¿ Pueden
llegar halagos hasta el fondo de mi corazón,
lio LÁGRIMAS
que muere de pena? ¡Oh, no!... ¿Por qué,
Dios mío, robasteis mi ventura; por qué ha-
béis muerto para siempre mi juvenil esperan-
za?. . . ¡Silencio!. . . no debo blasfemar. Yo lo
quise así, y así ha sido; no tengo ni el derecho
de consolar mi corazón, desahogándolo con
quejas; yo fui ante el altar de Dios, y en cam-
bio de la reconciliación y dicha de mis padres,
ofrecí aquel amor, que era mi vida; aquel amor
en que con ciega fe cifraba mi ventura. Hoy,
viendo correr al hombre idolatrado tras nue-
vas estrellas, sin hacer alto ante mí, mi pasión
se subleva. ¡Cuántas veces ahogué en mi gar-
ganta amargo grito, al hallarme junto á él!
¡cuántas veces mis ojos buscaron los suyos
para expresarle mi pena, el dolor que me con-
sume y el inmenso amor que me inspira!. . .
Todo fué en vano: yo he muerto para él. . .»
A las diez de la noche, Hiída entró en su
coqueta habitación, sentóse, y, cogiendo un li-
bro, se puso á leer. Pocas líneas había reco-
rrido, cuando arrojó con desesperación el vo-
lumen.
— No puedo leer, — dijo; — no sé qué pasa
en mí: tengo un terrible presentimiento.
Hundió sus finas manos entre su negra ca-
bellera, como aquel que quiere oprimir en su
cerebro algún triste pensamiento; después de
breves instantes de meditación, extendió su
brazo hasta una mesa próxima, donde había
varios diarios de esa tarde; tomó uno de ellos,
y, al recorrer la primera página, clavó su vista
LÁGRIMAS 111
con horror en una cruz mortuoria; su rostro
se demudó, sus ojos rodeáronse de negro
círculo.
Bajo aquella cruz, con grandes caracteres,
estaba impreso un nombre para ella idolatrado;
aquel nombre que mil veces pronunciaba entre
sollozos ; aquel nombre adorado que tantas ve-
ces repetía con pasión en sus sueños, saliendo
como una queja doliente, j Oh ! Roberto estaba
grabado en su corazón, y en su pensamiento
viviría siempre.
Cuando daba la una de la mañana en el
reloj de la Catedral, Hilda subía la ancha es-
calera del palacio de X***.
El espacioso vestíbulo se hallaba repleto de
hombres : casi todos vestían de negro ; éstos,
al ver una dama, le dieron paso; la joven
llegó sin dificultad hasta el salón mortuorio.
Allí, durmiendo el sueño eterno, rodeado de
flores, yacía su primero y único amor. Apo-
yando una mano en el ataúd y la otra en una
cruz de jazmines y cipreses, contempló largo
rato aquel rostro querido que pronto no vería
más. Echó su manto hacia atrás, é inclinando
su cuerpo, sus cálidos y trémulos labios roza-
ron aquellos otros labios yertos y descolori-
dos ; luego cubrió su rostro y, al llegar á la
puerta, recién se dio cuenta de su horrible si-
tuación, viendo dos columnas de hombres que
se retiraban para darle paso : la triste realidad
se alzaba haciéndose visible en su mente.
112 LÁGRIMAS
Irguió su fino talle, y, tendiendo sus brazos,
lanzó una ronca carcajada, que retumbó en el
salón; luego caía sin sentido.
Cuando volvió en sí. . . estaba loca.
EL MÉDICO
Carlos de X*** era uno de esos hombres que,
aunque jóvenes, huyen del bullicio y los pla-
ceres mundanos, mirando con cierto desprecio
la masa que compone la sociedad.
En un año había perdido á sus padres y á
su único hermano; estos seres que le habían
sido tan queridos, arrebataron con su muerte
todo el contento de su alma. Ni un afecto le
quedaba ya, y aunque la vida solitaria no le
era muy halagüeña, deseaba vivir; vivir para
hacer bien á la humanidad, ejerciendo una de
las santas virtudes que nos aproximan á lo
grande, á lo perfecto : la sublime caridad.
A fines de Abril del año de 18. . . terminó su
carrera y fué á instalar su estudio lejos de la
ciudad, en el castillo de sus antepasados.
Ejercía la medicina, no para acumular oro ú
obtener fama á costa de los desgraciados que
le favorecían con su llamado, sino para sentir
la satisfacción de socorrerlos, pues los desven-
turados muchas veces morían en el abandono
por carecer de medios para costear un facul-
tativo.
LÁGKIMA8 113
El invierno e presentó crudo; sus fríos ha-
cían estragos en los pobres aldeanos, ya débi-
les y enfermos por la e^^casez de alim(3ntos.
Carlos perdió la cuenta de los pobres que
llamaron á su puerta para implorar su ayuda:
sólo recordaba que en cuatro meses, contada
fué la noche que pudo descansar tranquilo en
su lecho; pero, á pesar de esta vida, se sentía
feliz, cumpliendo con un deber sagrado; deber
que él mismo se había impuesto: ¡ah, hacer bien
ásus semejantes! Llegó por fin el verano y, li-
bre de sus enfermos, el joven médico solía ha-
cer solitarias excursiones; nadie le había inte-
rrumpido en sus tranquilos paseos, hasta una
tarde que, estando junto al río que separaba
sus posesiones de las de otro castillo, divisó
una mujer entre el follaje formado por la hie-
dra que se extendía de sauce á sauce en forma
de cortina.
Llevado por la curiosidad que le despertó ver
aquella persona en un parque que creía aban-
donado hacía muchos años, volvió muchas tar-
des al mismo sitio.
Siempre aparecía, por los claros que dejaba
la hiedra, aquella misma mujer. El joven la
observaba con atención: ora la veía cortar
flores para adornar sus cabellos y su falda,
ora la contemplaba con asombro, cuando, al
llegar á la orilla del río, arrojaba en él mano-
jos de jazmines, margaritas y rosas. Después
que las flores se esparcían como un manto
blanco arrastradas por la corriente, se retiraba
114: LÁGRIMAS
tranquilamente: nunca la oyó cantar ni reir,
nunca decía nada.
Una tarde, impulsado por un sentimiento
desconocido, Carlos se colocó frente á su vecina
y disparó un tiro con su escopeta. Él anhelaba
ver algo que denunciara la existencia de un
alnia en aquel cuerpo que se movía como una
nmñeca y no como ser viviente.
Su idea tuvo maravillosos resultados. Al es-
tallar el tiro, aquella mujer extraña se levantó
con presteza del barranco en que se hallaba
sentada ; afanosa buscó con la vista, y al divi-
sar al^ joven, quiso correr hacia él, pero ¡ay!
sus piernas Saquearon y cayó gritando con
frenesí :
— ¡Roberto!. . .
^ Este nombre heló á Carlos. Ella creía ver en
él á su hermano, muerto hacía seis anos ya.
No era de extrañar su error: la semejanza de
ambos hermanos había sido sorprendente.
Aquel grito avivó la curiosidad del joven,
comprendiendo que aquella mujer había cono-
cido á su hermano; entre ellos, indudablemente,
había existido un lazo: así lo probaba aquella
llamada que nacía del corazón, aquel grito apa-
sionado, imposible de describir y que manifes-
taba la ansiedad del que mucho ha esperado.
Sirviéndole de puente uu añoso sauce, Car-
los cruzó el río para aproximarse de una vez á
aquella extraña criatura. Cuando estuvo á su
lado, se conmovió vivamente: ella había per-
dido el sentido y parecía un cadáver, tendida
LAGRIMAS 115
sobre el césped; le hizo aspirar un pomito de
sales, refresco sus sienes con agua; pero la in-
movilidad de aquel cuerpo persistía; entonces
la tomó en sus brazos como si fuera una cria-
tura, marchando con ella hacia la casa.
Una aya le recibió, y al verle cou la joven en
brazos, le dijo, riendo estúpidamente con la
risa del ignorante:
— Qué, ¿se había dormido en el bosque?
No oá hubieseis molestado: ella vive así; luego,
á los locos no se les hace caso.
— La señorita está grave, necesita reposo,—
respondió fríamente el joven.
— ¡Pero si ella duerme en cualquier parte!
Podéis colocarla aquí.
Diciendo esto, señalaba uno de los bancos
del jardín.
Ante la pervei-sidad de aquella mujer, Car-
los perdió la paciencia.
— Soy el médico, — le respondió enfurecido.
— ¿Cuál es el aposento de la señorita? ¿ Dónde
está la familia?. . . Llamadla.
El aya, como todo ser mezquino, bajó la ca-
beza, y guiando al joven adonde deseaba, le
dijo con voz temblorosa:
— La familia no vive aquí: está muy lejos. . .
viajando siempre y sin hacer caso alguno de
mi señorita; antes solía venir uno de los her-
manos, pero ahora hace muchos meses que
sólo se acuerdan de escribir.
10
116 LÁGRIMAS
LUCHA Y DUDAS
La fiebre incesante de una semana tenía
postrada en el lecho á la protegida de Carloí<,
det^esperando éste de su salvación.
Aquel médico que jamás se arredró ante
ningún enfermo; aquel hombre al parecer tan
indiferente, esta vez se hallaba abatido, y, opri-
miendo desesperado su cabeza entre sus ma-
nos, solía llorar como un niño.
Luchaba por conservar aquella existencia,
con asombroso afán; la misteriosa joven le
enloquecía, y mil veces pensó que, á no sal-
varla, era preferible morir ó que se obscureciera
para siempre su razón.
Por fin, al noveno día de dudas y ansieda-
des, la enferma salió un tanto de su postración.
Con asombro de Carlos, pues creía estar en
presencia de una loca, como había dicho el aya,
la joven pidió de beber. Su voz, aunque débil,
era clara como la de aquel que sabe lo que
pide.
Al incorporarla para que bebiese, clavó sus
grandes y sombríos ojos en los del médico,
pero nada dijo; entonces él pudo examinar su
vista como lo deseaba. Un rayo de felicidad ilu-
minó su corazón : aquella mirada no era la mi-
rada perdida, sin fijeza, de los locos; en aque-
llos ojos había fuego de un cerebro que estaba
en armonía con la razón.
LÁGRIMAS 117
Averiguó, por intermedio de los criados, cuál
había sido la causa de la locura de la joven.
— Una noche, — dijo la doncella, — la lleva-
ron dos señores desconocidos á casa de mis
señores amos ; yo no sé lo que ellos dirían : sólo
recuerdo que desde entonces la señorita nunca
más habló; el aya dice que está loca, pero la
señorita jamás hace locuras: la obedece como
cuando era niña y sin alterarse por el imperio
que usa para tratarla.
Sin poder aclarar el misterio que envolvía
el pasado de su enferma, Carlos volvió á su
lado, más triste que nunca.
Pensaba en aquellos señores que una noche,
según la doncella, habían llevado á la joven
á casa de sus padres. ¿Quiénes serían ellos?. . .
¿Por qué desde esa noche, que debió ser fatal
para Hilda, no habló más?. . . ¿Qqé papel ha-
bía desempeñado su hermano en la historia de
aquella mujer? Atormentado por un mundo de
dudas, sentóse, como de costumbre, á la cabe-
cera de su enferma; ella dormía soñando en
voz alta:
— Mentira, — dijo agitada ; — no fueron á bus-
carle; nunca más le veré.
El joven pensó guardar silencio. ¡Quién sabe
si no descubría algo de lo que deseaba saber!
Pero su noble corazón le hizo desistir de su
idea: meció suavemente á la joven para que
cambiara de postura ; el la despertó sobresaltada :
— ¡Roberto! — exclamó anhelante y fijando
BUS grandes ojos en el médico.— ¡Qué largo fué
118 LÁGRIMAS
vuestro viaje ! Yo me imaginaba que jamás os
volvería á ver.
Carlos comprendió que era necesario enga-
ñarla por lo menos hasta que estuviera curada
por completo, y se decidió á hacer el horrible
sacrificio de pasar por su hermano.
— ISTo os agitéis, — le contestó dulcemente ; —
descansad en tanto que yo velo á vuestro lado.
— ¿Es verdad que estáis á mi lado?. . . ¡Ro-
berto mío, os veo y dudo . . . dudo ! — repitió
frenética, oprimiendo una de las manos del
joven.
— Hilda, callad, os lo ruego; mi anhelo es
veros curada, y la conversación puede agrava-
ros.
— Queréis verme curada para ser felices,
¿verdad? Yo también lo anhelo, y entonces no
me separaré nunca más de vuestro lado. ¡Oh'
nadie. . . nadie se interpondrá entre ambos!
Al escuchar estas frases apasionadas, Carlos
se estremecía de pena: pensaba en el desen-
lace temblé que tendría aquella mentira que
él había inventado para volver á la razón á
aquella desgraciada criatura. Algún día ha-
bría que decir la verdad; él la diría, porque
era noble en todos sus actos.
AZAHARES
Dos meses después de los acontecimientos
anteriormente referidos, una hermosa tarde,
I
LIGRIMAS 119
Hilda se paseaba por el jardín, apoyándose en
el brazo de Carlos.
De pronto se detuvo, y fijando su mirada en
el joven, le dijo con marcada tristeza:
— Roberto, cuando hacemos un juramento,
¿debemos cumplirlo siempre?
— Creo que sí, — le respondió él. — ¿Por qué
me hacéis esa pregunta?
— Ya lo sabréis. ¿Y en ningún caso perdo-
nará Dios á un perjuro?
— ¡ Quién sabe ! ... tal vez no. ¿ Habéis hecho
algún juramento, Hilda?
— Sí, hice uno, — respondió con voz entre-
cortada por la emoción.
Ella no le hacía esta pregunta temiendo un
castigo del cielo, sino para conducirlo á un
terreno que, hacía mucho, deseaba ; pues su
juramento no se interponía entre el joven y
su felicidad.
— Yo también, Hilda, he hecho uno que debo
cumplirlo, aunque paradlo tenga que sacrificar
mi ventura.
Por el tono en que se expresaba Carlos, la
joven comprendió que aquel juramento debía
serle fatal.
Pálida y temblorosa, se atrevió á preguntar
á su compañero cuál era su juramento.
— Hilda, — le contestó el joven, — os he dicho
muchas veces que nuestra boda no se podrá
efectuarían pronto como son nuestros deseos;
pero no he sido lo franco que debía, manifes-
tándoos el poderoso motivo que me lo impide.
120 LÁGRIMAS
Yo carezco de los medios suficientes para lle-
varos á mi lado y haceros feliz como lo mere-
céis; estoy arruinado. . . arruinado, — dijo con
horror, pues era otra mentira que inventaba por
no descubrirse. El podía casarse con aquella
mujer y hacerla dichosa, porque la amaba con
todo su corazón ; pero no quería hacerlo, por-
que consideraba una infamia de parte suya
engañarla para poseerla. Imaginando que al
decir la verdad sería despreciado y maldecido
por ella, calló, y calló sosteniendo una lucha
atroz con su corazón y su conciencia.
— ¡Oh, Roberto mío, no habléis así! ¿Qué
importa la pobreza á vuestro lado? Yo la pre-
fiero á la soledad de estos muros que me apri-
sionan como á una criminal; no me ofendáis
hablándome de riquezas; vuestra carrera nos
dará medios para vivir perfectamente. ¿No lo
creéis así?— dijo, viendo que el joven movía
la cabeza como desaprobando sus palabras.
— JNo, no lo creo así; mi carrera nunca nos
daría para costear nuestras necesidades.
— ¿Por qué?. . . ¿vuestra clientela no es nu-
merosa; vuestra fama no corre por todas par-
tes?
— Sí, todo es muy cierto; pero ni mi fama
ni mi clientela me traen el provecho que vos
creéis. iSin querer me habéis llevado, Hilda, al
punto que deseaba. Yo ejerzo la medicina sólo
por caridad; me impuse ese deber ante Dios y
le juré cumplirlo : ¡he ahí mi promesa! Ya veis
cuan franco soy; tal vez algún día cambie
nuestra suerte, y entonces. . .
LÁQRIMAS 121
— Entonces, — concluyó ella, interrumpién-
dole y soltando su brazo,- ¡entonces será de-
masiado tarde! Yo también os hablé de un
juramento, y por hacer vuestra voluntad falta-
ría á él, negándole hasta al cielo mi amor por
complaceros ; pero ya que vos no sabéis sacri-
ficaros por mí, hoy, como en otra época, sopor-
taré el yugo de una promesa que me mala;
pero cumpliré. . . cumpliré con Dios, — dijo
ahogada por el llanto; — vos cumpliréis con
vue.itros enfermo?. Sabréis el valor de mi sa-
crificio cuando haya muerto.
Eila había descubierto hacía tiempo el se-
creto que Carlos guardaba, y, temerosa como él,
no se atrevía á descubrirlo, pues dudaba del
amor del joven.
Como la situación de ambos era crítica en
aquellos momentos, Hilda comprendió que ha-
bía que decir la verdad y decidió obligar al
joven á que hablara primero.
— A ntes, — le dijo para conmoverlo, pues ella
jamás había invocado el pasado, — cuando os
amaba como una nina, desesperabais por mis
desdenes ; hoy, que os amo como sabe amar una
mujer, me desdeñáis. ¿Puede compararse el
amor de. . .?
— ¡Oh! no sigáis, — dijo el joven interrum-
piéndola emocionado; — no sigáis... no des-
cubráis una historia que quiero ignorar siem-
pre; no invoquéis el pasado, os lo ruego...
soy un miserable : no debí engañaros.
La imagen de su hermano muerto vino á la
122 LÁGRIMAS
memoria de Carlos ; le vio pálido mirándole fija-
mente y como implorando que no le arrebatara
el amor de aquella mujer. Un sollozo ahogó al
joven médico, y se dejó caer en un banco del
jardín, ocultando, en ademán desesperado, el
rostro entre sus manos,
— ¿De qué engaño habláis?. . . ¿ acaso existe
un secreto que no me queréis revelar? Os pro-
meto seros muy franca, abriros mi corazón;
pero antes, amigo mío, vos hablaréis; quiero
que descorráis el velo que oculta mi dicha ó mi
desventura; hablad, —le dijo anhelante.
— ¡Existe un secreto, pero nunca. . . jamás
os lo diré! Pedidme la vida, pero no me exijáis
que os lo revele.
— Yo lo sé, — le contestó ella riendo con
amargura; — tal vez, lo mismo que á mí, os de-
tiene una duda. Decidme si sois capaz de amar-
me con el amor inmenso que yo os amo, y en-
tonces . . .
— ¿Cómo? — exclamó Carlos asombrado.
Hilda leyó en sus ojos lo que deseaba oir de
sus labios.
— Lo sé todo . . . todo, hace mucho. Cuando
era niña amé á Roberto con el fuego de la pa-
sión primera; hoy que soy mujer, os amo sólo
á vos . . . á vos tan sólo, sí, que habéis sido mi
salvador. Cuando vagaba por los bosques sin
conciencia de mis actos. Dios os puso en mi
camino para que cambiarais mi suerte, volvién-
dome con la razón la vida ; la vida, digo, pues-
to que yo era lo que es un cadáver. . . el vmo
LÁGRIMAS 123
encerrado en una tumba, y yo abandonada en
este rincón del mundo. Hoy soy feliz, porque
toda buena acción tiene su premio; en otra
época sacrifiqué mi dicha por la ventura de los
que amaba. Dios paga hoy mi sacrificio ofre-
ciéndome vuestro amor ; unamos nuestra suerte
para seguir luchando por el bien ajeno, y
así, hasta el fin de nuestros días, la ventura
nos sonreirá á toda hora.
— ¡Sea! — dijo él tendiendo una de sus ma-
nos á la joven para sellar el pacto.
Un mes más tarde, aquella mujer tan des-
graciada en un principio, vio realizados todos
sus anhelos uniéndose al joven médico, quien
veía en ella al ángel de su dicha.
Diciembre 22 de 1890.
La correspondencia ú Er-
nestina Méndex Reissig.
— Montevideo. — Rep. O,
del Urttguay.
i
índice
Págs,
Esto es un prólogo de Tax ix
Tarjeta postal xy
Opiniones xix
Quejas del corazón 1
Desconsuelo 2
Sconforto ( Traducción ) 3
Delirio 4
¡ Oh lira ! 6
¿ Responde ? 7
Deseo 8
Desejo (Traducción) 9
Quejas 10
A María H. Sabbia y Oribe 11
A Francisca Ofelia Berrnúrtez 12
En el Álbum 13
Hermana ll
No volverán 15
; Fe ! 16
Estrofas 17
Tuyo 18
Una lágrima 19
¿ Por qué. . . ? 21
Oro y penas 22
Tu imagen. 23
Tu amor 24
126 ÍNDICE
Págs.
Teu amor ( Traducción ) 25
i Sigamos ! 26
Del alma 27
¡ No llores más. . . ! 28
Vd sueño 29
Lo que anhelo 31
¡ Perdón ! 32
Una congoja 33
i Oh Luna .' 34
Oh Luna ! ( Ti-aducción ) 35
Carcajadas }' lágrimas 36
Unas flores 33
Corazón resucitado ( Traducción ) 39
Consulta ( Traducción ) 40
Soneto ( Traducción ) 41
Voz interior ( Traducción ) 42
Muerte. — Amor ( Ti-aducción ) 43
Crepuscular 44
Invocación 46
Ignívoma 47
Sufre y calla 48
¡ Laureles ! 49
Mi Dios 50
Creo 51
¡ Mi muerta ! 52
Kimas 54
Azahares 55
Súplica á Dios 56
AI dolor 57
PROSA
Fantasía 61
Silvia 63
Celos y rencor 68
Último adiós ! v 75
Sibila 78
El beso de Judas 85
ÍNDICE 127
Págs.
Trinidad 90
Una venganza 93
Breres 98
Una Reliquia 103
Una promesa 106
llilda 106
Loca 109
El médico 112
Lucha y dudas 116
Azahares 118
Acabóse
de imprimir
en hx Imprenta Artística,
el 1° de Septiembre
de 1902
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P(4 Méndez Reissig, Ernestina
8^97 Lágrimas
M385L34
1902